Gigantes muy juntos y apretados
Señalar una película como "infantil" no es lo mismo que atender a su presunto público cautivo. En verdad, la segmentación de audiencia poco importa en esta nota. Lo que interesa, en todo caso, es si se trata de una película digna, más allá de si está pensada para un público mayor, menor, o de cuantos años se quiera. En este sentido, nada podría justificar el infantilismo de un film como Jack el cazagigantes.
Lo dicho porque se trata, también, de la última película de Bryan Singer, responsable de títulos como Los sospechosos de siempre, XMen, El aprendiz (de lo mejor que se haya hecho a partir de un relato de Stephen King), productor de la serie televisiva House, entre tanto más. Hay un recorrido de interés que acompaña a Singer, y que etiqueta cualquier emprendimiento suyo con una cuota de relieve. Al menos para quien aquí firma.
De modo tal que, al momento de iniciar un film como el que aquí se refiere, entre cuentos de hadas narrados a niños, entre relatos imbricados que promoverán, como se debe, la irrupción de la fantasía más allá de las páginas... Nada mejor. Todo muy bien. Situados en el reino de Albión, entre triquiñuelas de palacio, con el hijo de un campesino como héroe, al rescate de la princesa, provisto de habichuelas mágicas, y tan astuto como para patear gigantes.
Pero, para ser sinceros, esto es lo que se verá: vértigo de acción superflua, cortes de pelo a la manera de un programa de Disney Channel, superposición de gigantes (nada de sorpresa o miedo o algo parecido), un anillo/corona de poder (muy, pero muy, Tolkien), adolescentes en apuros al estilo Narnia, etc. Es decir, una sumatoria de golpes de efecto que ya se conocen y se consumen de modo habitual en el cine hollywoodense, con la tropelía de cuentos de hadas clásicos "modernizados".
¿Por qué infantilismo? Porque no se trata de pensar que un film, por estar "dirigido" a los "pequeños", deba ser así; sino porque es una película que subestima al espectador al maltratarlo por poco inteligente. Reducido expresivamente, Jack el cazagigantes es poca cosa, casi uno de los tantos capítulos de series televisivas teenagers norteamericanas, con más efectos digitales, y con grandes intérpretes que nada aportan: Ewan McGregor, Stanley Tucci.
En un no muy lejano artículo, Ray Bradbury se quejaba ante la proliferación de momias en la nueva La momia, con Brendan Fraser. Contraponía el detalle de la venda suelta, caminante, tras los pasos de Boris Karloff, en el film pionero de Karl Freund, de 1932. Allí estaba, y todavía, la artesanía para contar y saber cómo provocar, estimular, al espectador. Lo mismo para estos gigantes, tantos que poco importan, que nada suscitan, que poco peligro significan. Si no es el espectador quien vive las peripecias, tampoco podrán los personajes hacerlo. Allí el acento mayor, el que tanto se descuida mientras se justifica un mismo proceder fílmico, aburrido pero comercialmente exitoso.