La vida es cuento
A Bryan Singer parece obsesionarlo el relato, entendiendo esto como aquello que transmitido y masificado da como resultado una verdad que no tiene por qué ser veraz: no de gusto el film que lo popularizó, Los sospechosos de siempre, se centraba en el relato que un testigo le hacía a un policía. El manejo de la información y la construcción que de ese relato hace quien cuenta, no sólo engañaban al policía sino también al que miraba: ¿qué es la verdad? ¿Aquello que es o aquello en lo que elegimos creer? Este centro temático se ha ramificado también al trabajar sobre los mitos, como por ejemplo Superman o los X-Men (los súper héroes no son otra cosa que un rumor social que se convierte en ícono: si su Superman estaba muerta desde el comienzo era porque abusaba precisamente del sentido iconográfico, usando desde metraje viejo con Marlon Brandon hasta una banda de sonido calcada de las películas de Donner), o sobre la historia real (con la fantasía nazi de El aprendiz o con la historia no autenticada de Operación Valkiria). En sus películas siempre hay una verdad, alguien dispuesto a averiguar y alguien dispuesto a narrar, aunque esos roles no siempre son explícitos y muchas veces todos se resumen en la figura del propio Singer. Esta operación también se da en Jack el cazagigantes, reversión del viejo cuento británico de las habichuelas mágicas.
Singer repliega el relato en varios sentidos. En un prólogo que se reflejará en el epílogo, donde se reflota aquella tradición de padres contándoles cuentos a sus hijos antes de dormir. Y también en el nudo del film, donde son el rey y sus súbditos quienes se enfrentan a las leyendas: ¿existen tales habichuelas mágicas? ¿Bajarán gigantes del cielo? Por suerte, siempre hay un villano dispuesto a comprobarlo. Por una parte, el director pone en evidencia el artificio del relato/cuento y, por la otra, hace real el relato/cuento que dará motivo a la moraleja del final: la vida no es más que una historia que se repite y se repite, modificándose y aggiornándose a su tiempo. Y Singer apelará, para que su película sea la gran épica sobre el coraje que es, primero a la esencia misma del cuento original y segundo, al ritmo y los tiempos del cine clásico. Un ejercicio old-fashioned de respeto que no esconde un riesgo: ¿cómo tomará el público de hoy, mucho más cínico, esta historia de princesas, reyes buenos y héroes sin dobleces?
Los logros de esta Jack el cazagigantes son un poco los propios del film, pero también aquellos que la hacen brillar en el panorama del cine industrial actual. La sequía de historias ha llevado a los productores a retomar los cuentos clásicos: Blancanieves, Caperucita, Hansel y Gretel y muchos más han aparecido ante nuestros ojos, aggiornados a este tiempo. Y salvo en ocasiones, estos procedimientos nunca funcionan. Singer sólo modifica aquello necesario para hacer de su film un gran espectáculo (en vez de un ogro hay varios gigantes), pero como decíamos anteriormente no busca una operación estética por la vía del anacronismo constante. Hay humor, hay acción, hay romance, y todo con una tónica clasicista. Es como una vuelta atrás de aquello que Shrek intentó hace más de una década y consiguió con éxito. Lo que confirma que los gestos posmodernos tienen una duración mínima, son una moda, mientras que los relatos clásicos tienden a sostenerse en el tiempo por la pureza de los sentimientos que albergan, tan universales como complejos.
Pero hay una decisión estética de Singer que convoca a la curiosidad en un principio y que luego deja en claro que para el director no hay territorio más fértil para las historias, que el del cine. En el arranque, los cuentos que los padres les cuentan a sus hijos son puestos en escena con animaciones feas, limitadas tecnológicamente, que se parecen a las de esos videojuegos medievales. Sin embargo cuando aparecen los gigantes de la película y la sofisticación del CGI y el atractivo uso del 3D hacen gala de su virtuosismo, uno descubre que estamos ante un gran y muy cuidado espectáculo. Si pensamos aquellas animaciones como provenientes del territorio de la imaginación (son la explicitación de lo que el receptor imagina) y a las posteriores como la escenificación que el cine hace de lo real, podemos deducir que para Singer el séptimo arte es el lugar de la invención definitiva. Esta idea, que puede ser un poco polémica, revela igualmente un gran amor del director por el cine y su capacidad nunca igualada de contar historias: una realidad artificial y un artificio que indaga en lo real. Jack el cazagigantes es un notable y noble entretenimiento, que gracias a la presencia de un director y su visión se descubre como perteneciente a un gran linaje de narradores clásicos.