Más de lo mismo.
Desde el mismo estreno de la Jack en la caja maldita (2019) sabía que la llegada de una secuela era inminente. Siendo sinceros, uno no espera mucho cuando tenemos desde el vamos algo bizarro como un juguete de un payaso queriendo meter miedo.
Pero ni eso, a decir verdad: el filme anterior con sus fallas y todo no estaba tan mal, pero tampoco para que se engolosinen con una segunda parte donde los pocos elementos rescatables quedaron en el olvido, siendo una historia hecha absolutamente a desgano.
La trama da cuenta sobre una mujer con una enfermedad terminal que busca una caja vintage, aunque tiene una intención soterrada: recurrir al demonio que está dentro y pedirle un deseo a cambio de matar a seis personas. Ese demonio, sí, es Jack, el único detalle en común entre esta película y la previa.
Con Lawrence Fowler de nuevo en la dirección, esta nueva historia se suponía que iría a ahondar un poco sobre los orígenes de este payaso, pero en cambio todo termina echado por la borda, incluso dejando a Jack como un mero objeto decorativo.
A ver, el tipo tenía todo para vendernos una buena secuela que ampliaba la cuestión y corregiría cuestiones del filme anterior pero no, nos brindó un personaje sin carnadura ni empatía, mientras que Jack ni de cerca genera tensión… muchos menos gracia (pensando en algo al estilo de Chucky). Una verdadera pérdida de tiempo para todos los involucrados.
Si vas a ofrecer de carnada una historia de terror psicológico esmerate en entregar la película de terror psicológico prometida, no explotes la idea de generar miedo con un payaso cuando lo vas a dejar tirado durante casi todo el metraje. Ni siquiera los actores parecen haberse percatado de que estaban dentro de una ficción con ánimo de asustar.
En definitiva, 90 minutos de un trago amargo.