Reírse de todo
No sería errado decir que Jack Reacher-bajo la mira es una de acción. O que el australiano Christopher McQuarrie dosifica con sabiduría el suspenso, dándole a todo el asunto el tempo narrativo de esos thrillers paranoicos en los que nadie es quien dice ser. Tampoco que la actual coyuntura estadounidense, la misma que obliga a Obama a quejarse públicamente por la regularidad de sus visitas a velorios de estudiantes asesinados a mansalva en escuelas públicas, hace de esta película, cuyo inicio muestra a un joven francotirador disparándoles a civiles desde una cochera, una aproximación crítica de indudable actualidad a los tejes y manejes del poder político, militar y económico. Aunque quizás la mejor definición posible para este film provenga de la figura de su productor y protagonista absoluto, Tom Cruise. Al fin y al cabo, Jack Reacher es un personaje hecho a medida de la etapa artísticamente festiva, plena de autoconciencia y diversión en la que se encuentra el galancete de los ’80 desde Una guerra de película en adelante.
Basado en un personaje-franquicia creado por el escritor Lee Child, quien ya lo utilizó en ¡17! libros, el ex militar del título es la confluencia de la ética al menos cuestionable de esos policías de los ’70 con la perspicacia e inteligencia de Sherlock Holmes, la técnica para el combate a trompada limpia del mejor Jason Bourne y la seducción innata marca 007. Y es, además, un auténtico outsider del que casi no hay registros oficiales más allá de su notable performance con la ropa de fajina. Así y todo, el joven acusado de masacrar a cinco transeúntes pide por él. Y él aparece, solito y sin que nadie lo llame, para sorpresa del fiscal (el todoterreno 4x4 Richard Jenkins) y sobre todo de la abogada defensora (Rosamund Pike), quien decide contratarlo para que investigue un caso a priori perdido. Pero si fuera así no habría película, así que Cruise empieza a desovillar una larga red de complicidades cuyos potenciales participantes están literalmente en todos lados.
Leído así, podría pensarse que el opus dos de McQuarrie –su primera película es un policial seco y violento llamado Al calor de las armas, estrenado aquí en 2001– es Michael Clayton meet Bourne. Y algo de eso hay, salvo por el pequeño detalle de que nadie parece tomarse del todo en serio todo este asunto. O sí. Al fin y al cabo, el australiano se apropia de los lugares comunes del género para retorcerlos y exacerbarlos hasta obtener una comicidad por enrarecimiento, sin que esto jamás le impida perder el pulso de lo que originalmente se narra. ¿El objetivo? Reírse de la carga de heroísmo y la facilidad para ejercer la violencia de sus protagonistas, de la inocencia tontuela de la defensora, de los parlamentos moralistas habituales en los antihéroes, de las vueltas de tuerca, con un aparentemente bueno que, claro está, no lo es del todo. Reírse, en fin, de los usos y costumbres de este tipo de films, materia en la que Tom Cruise, creador de una caricatura perfecta de los m