A las piñas y con sonrisa socarrona
Con Jack Reacher: Bajo la mira, la garantía de entretenimiento está asegurada si el espectador consiente de antemano que esta nueva adaptación literaria de un personaje con características de héroe, que Tom Cruise encuentra en un momento particular de su carrera, será de aquí en más una auto parodia de sí mismo y una parodia sobre un género más que explotado por la industria hollywoodense y por las malas copias de Francia, por citar claros exponentes.
Luego de una breve investigación y en base a datos que aportan aquellos fervientes lectores de la creación del escritor Lee Child, en una serie de novelas que ascienden a la friolera de 17 (la que nos compete es la novena) el protagonista Jack Reacher es un rubio que mide dos metros, galán a lo James Bond y dista mucho de esta composición pergeñada por Cruise y compañía.
La decisión de lavar por decirlo de algún modo todo sex appeal y jugar la carta del histeriqueo masculino es un verdadero hallazgo que se suma a un tono más relajado en lo que a película de género dicta pero sin perder de vista los elementos rectores de un thriller estándar, con una buena trama para desarrollar ideas y mantener la atención de un espectador habituado a jugar el rol de investigador en identificación con el personaje.
Bajo la estructura clásica de un misterio, en este caso un frio ataque de un francotirador que se cobra la vida de cinco civiles a plena luz del día y que pide una vez atrapado por la policía a Jack Reacher, todos los resortes de una investigación detectivesca, en paralelo a la oficial, y junto a una abogada defensora (Rosamund Pike), quien intentará que a su cliente no le apliquen la pena de muerte promocionada por el fiscal de distrito (Richard Jenkins), revela una compleja red de corrupción ligada a los asesinatos y donde la principal sospecha recae en una constructora multinacional, cuya cabeza operativa no es otra que un villano siniestro al que el genial Werner Herzog le imprime personalidad y autenticidad.
Atar cabos, trenzarse a las trompadas con un par de muñecos que se cruzarán en el camino y siempre al margen de la ley, son las únicas motivaciones que este vagabundo ex-militar toma de aliciente para transitar una vida opaca, rodeado de cinismo e hipocresía y harto de un sistema que no defiende al más débil y premia al fuerte. Así las cosas, se debe además sumar la presencia de Robert Duvall con su digna vejez a cuestas y un retrueque constante de diálogos filosos con el protagonista para que el convite resulte satisfactorio para todo aquel espectador que vaya a ver un thriller, que no escapa a los lugares comunes y tampoco cuenta con una dirección prodigiosa de Christopher McQuarrie (guionista de Los sospechosos de siempre y también de El turista), aunque el estilo noventoso de la puesta en escena hace que salga airoso en las secuencias de acción –especialmente una persecución automovilística “alla Bullit”- pero sin caer en espectacularidad o grandes despliegues visuales.
El crecimiento de este nuevo antihéroe, parco, sagaz, dependerá mucho de este primer asalto en una pelea con contrincantes de fuste como Bond, el retorno de Arnold ex-governator y del mismísimo Bruce Willis con otro film de la franquicia Duro de matar, figuritas repetidas pero esperadas para este 2013 que comienza a las piñas y con una sonrisa socarrona.