Acción en piloto automático
Lo bueno que ofreció el debut de Jack Reacher en la pantalla, allá por 2012, se desinfló a toda velocidad. El personaje creado por Lee Child quedó reducido a una máscara elegida por Tom Cruise para mostrarse duro e implacable, despojado de la sofisticación que le impone el Ethan Hunt de “Misión imposible”. Cruise protagoniza, produce y mete la nariz en el guión al extremo de bajarse la edad en plena película. “Jack Reacher: alrededor de 40 años”, leen en un informe. Y no, Tom ya va para los 55.
También hay cambio de director en esta secuela, ya que Christopher McQuarry le cedió la silla a un buen amigo de Cruise como Edward Zwick. Juntos habían hecho “El último samurai”. El de Zwick es uno de esos casos tan comunes en Hollywood: realizadores que alternan buenas películas (“El caso Fischer”, no estrenada en Tucumán, “Diamante de sangre”, “Tiempos de gloria”) con otras malísimas (“Leyendas de pasión”, “Estado de sitio”).
Reacher, ya fuera del ejército estadounidense, se involucra en el caso de la mayor Turner, injustamente acusada de espionaje. Mientras le salva la vida a Turner (interpretada por Cobie Smulders, que es tan bella como inexpresiva) Reacher se desayuna con la existencia de una presunta hija. La chica, como es de suponer, queda atrapada en una trama peligrosísima.
La historia, forzada a más no poder, avanza a los tropezones, entre diálogos insólitos y escenas de acción que aburren por lo mecánicas y carentes de imaginación. Tom Cruise pone cara de Tom Cruise todo el tiempo, aunque a esta altura del partido está más cerca de Liam Neeson que de Chris Pratt. Lejos de entretener, la película avanza sin pena ni gloria hacia el más previsible de los desenlances.