Tom Cruise solo contra todos
Jack Reacher es un héroe de estos tiempos en el cine porque congrega en su perfil muchas de las características del hombre que es arrastrado por su pasado, del cual debe desempolvar sus habilidades para hacer un bien altruista. La particularidad de la primera entrega de Reacher, sobre una saga de novelas de Lee Child, era la de priorizar el suspenso por sobre la acción, que no necesariamente quedaba relegada sino que de la mano de un danzarín Tom Cruise tenía sus dosis justas, especialmente en las peleas cuerpo a cuerpo. Esta entrega mantiene la sustancia de una historia en la que el protagonista se ve inmerso en un entramado de conspiraciones para mantener a flote el negocio de unos pocos con el fin de ganar millones. Reacher vuelve a la base militar en la que desarrolló su carrera militar para conocer a la Mayor Turner (Cobie Smulders), con quien trabajó desbaratando pequeñas redes de tráfico de ilegales. Este encuentro se ve frustrado por el arresto de la militar, acusándola de traición a la patria por el asesinato de dos de sus súbditos en Afganistán, mientras investigaban unas operaciones sobre tráfico de armas del ejército. Reacher no podrá evitar entrometerse en el caso, como no puede hacerlo con cada injusticia que presencia.
La sustitución de Edward Zwick –El Último Samurai (The Last Samurai, 2003)- por Christopher McQuarrie detrás de cámara es la principal causa de que este Jack Reacher sea un caos de proporciones magnánimas, en el que se destaca la inexplicable subhistoria de una paternidad de Reacher como correlato de la trama principal. La bifurcación en el guión tiene una sola lógica estructural y es la de sumarle un peso emocional a un héroe frío, casi unidimensional; pero este agregado no resulta refrescante sino que, de manera opuesta, se empastan las dos historias, más aún por lo enrevesado de una posible paternidad que nunca se anuda firmemente con la conspiración para matar a Turner y a Reacher. La posible hija, adolescente, del protagonista es más bien un problema, para los personajes y también para la película, que nunca termina de hallarle un espacio; es un falso impulso de la historia, la cual parece admitir sus propias limitaciones para narrar con sorpresas, con giros que la primera parte utilizaba como una de sus dos grandes cualidades. La otra virtud era la presencia de Cruise, que sí persiste pero que su más de medio siglo de edad se evidencia extrañamente porque en sus últimas películas -por ejemplo, Misión Imposible: Nación Fantasma (Mission: Impossible – Rogue Nation, 2015) se exhibía aún en gran forma. Más allá de una fatiga ligera, Cruise sigue siendo un maestro del manejo del cuerpo, de autoconciencia de su poder físico en articulación con la cámara de cine.
El esfuerzo de Cruise (quien parece luchar solo contra toda esta producción) no es suficiente para tapar todos los baches narrativos, suplir la escasez de suspenso ni mucho menos escaparle a la mediocre dirección de Zwick (autolimitado a seguir al protagonista), sin el vuelo que McQuarrie expuso en la primera película. Un director que usaba la acción para un final espectacular dentro de un escenario abierto, de sorpresas, en una verdadera batalla de un ejército de un hombre solo contra todos. Jack Reacher: Sin Regreso (Jack Reacher: Never Go Back, 2016) es una película que vergonzosamente dispara miles de balas a ciegas, tratando de darle al blanco sin sutilezas bajo una dinámica de aceleración narcótica vectorizada hacia una sola dirección, el de los films de acción anodinos.