Tom Cruise, el héroe algo burocrático.
Segundo episodio de otra saga en la que Tom Cruise interpreta a algún tipo de agente especial, papel al que le viene sacando punta desde hace unas cuantas películas, incluyendo las cinco Misión: Imposible o la comedia de acción Noche y día (2010), Jack Reacher: Sin regreso representa la continuidad de este personaje que ya fue presentado en sociedad en Jack Reacher (2012). En este caso se trata de un ex mayor del ejército, quien desde un anónimo y oscuro retiro se dedica a resolver por izquierda problemas que las instituciones no son capaces de solucionar por las vías legales. Algo así como un comando paramilitar de un solo hombre, dedicado a la tarea de hacer llegar la justicia hasta aquellas grietas en las que el sistema no puede (o no le interesa) meterse. Un papel a la medida de Cruise, que le exige al actor ese tipo de desafíos físicos que tanto parecen gustarle y tanto rédito comercial le han dado.
Como en los buenos cuentos, en los que las primeras líneas tienen la obligación de seducir al lector para atraparlo en la red del relato, Jack Reacher: Sin regreso tiene un inicio prometedor. Con humor e ingenio, en ellas quedan claros el perfil peligroso del personaje y su carácter no del todo marginal, ya que mantiene un contacto formal con el ejército a través de una oficial, la mayor Turner. Un vínculo telefónico que va excediendo lo protocolar. Cuando el nomadismo de Reacher lo lleva a Washington e intenta conocerla en persona, Turner ha sido encarcelada bajo el cargo de espionaje y él sospecha que alguna trama sombría se esconde bajo esa fachada. Esa relación y la aparición de una posible hija desconocida representan potenciales puntos débiles para el protagonista, un lobo solitario acostumbrado a cuidar sólo sus propias espaldas. El film avanza por esa vía con eficiente espectacularidad e intriga sostenida, pero sin sorpresas.
Si algún punto a favor tenía su predecesora era su capacidad para sorprender a partir de una trama sólida en la que todos los engranajes encajaban con precisión. En cambio acá todo es más bien burocrático. Las persecuciones, los vínculos que obligan a Reacher a abandonar su modus e incluso la construcción de un adversario que represente un desafío para el protagonista, todo parece construido a reglamento. Justamente uno de los puntos más altos de la original era el villano de turno, interpretado de manera soberbia por el director de cine alemán Werner Herzog, quien conseguía que su personaje infundiera terror. Acá en cambio los malos son apenas tipos con los que hay que pelearse, una y otra vez, sin transmitir nunca una real sensación de miedo. Tal vez parte de esa pérdida recaiga en la decisión de cambiar al director de la primera, Christopher McQuarrie (ascendido a director de Misión: Imposible 5), por el no siempre efectivo Edward Zwick, quien ya había dirigido a Cruise en El último samurái (2003).