Adam Sandler: Un doble de cuerpo
Adam Sandler está recorriendo la misma curva que en su momento recorrió Eddie Murphy. La mala noticia es que ya se encuentra en su fase descendente. ¿En qué momento un cómico deja de ser genial y se convierte en patético? Lo que Sandler parecía haber intuido al encarnar a un comediante que padece una falsa enfermedad terminal en Funny People, Jack y Jill (mirá el trailer) lo confirma en la forma de un certificado de defunción.
Hay tanto voluntarismo, hay tanta ambición, hay tantas ganas de hacer reír en esta película que el resultado de semejante esfuerzo no podía ser menos que un serio fracaso. Eso sí: lo que no tiene de comedia auténtica, lo tiene de documento de megalomanía. Uno de los síntomas de que un comediante sufre problemas de autoestima es cuando empieza a sentir la imperiosa necesidad de interpretar a varios personajes al mismo tiempo.
En Jack y Jill, Sandler se desdobla en un publicista y en su hermana gemela. El publicista es exitoso, tiene una familia formada, y muchos amigos en Los Ángeles. La hermana vive sola en Nueva York, es gorda, fea, y cada vez que habla escupe un prejuicio. En términos actorales, el desdoblamiento de Sandler se limita a comportarse como él mismo, cuando hace de Jack, y a ponerse una peluca, un vestido ridículo y resucitar esa voz ceceosa y aflautada de su época de Saturday Night Live, cuando hace de Jill.
Hay algo de fiesta de disfraces fallida en el efecto total, algo que ni siquiera alcanza la loca dignidad del travestismo. Y como si la utilería barata no fuera suficientemente vulgar, el bombardeo del mal gusto se completa con un arsenal de gases, eructos y fluidos corporales. El concepto queda grabado enseguida: él es cool y ella es espantosa.
El conflicto inicial de la historia se reduce a cómo hace Jack para sacarse de encima a Jill lo más rápido posible, porque la pobre chica ha llegado de visita a Los Ángeles y parece tener todas las intenciones de quedarse con la familia por un largo tiempo. Pero esto es Hollywood versión 2.0 y un único conflicto, no basta; es necesario otro que lo contradiga y lo complemente. En este punto aparece Al Pacino en el papel de Al Pacino.
Ahí se manifiesta otro síntoma de problemas de autoestima: el comediante no se incendia solo, invita siempre a algún famoso a la hoguera. Pacino acepta autoparodiarse de una forma mucho más extrema que Robert De Niro en Analízame o Los Fockers. Esa autoparodia feroz es por momentos irritante y por momentos gloriosa.
Jack y Jill probablemente se convierta en una película de culto, cuando el tiempo haga de todos sus defectos una sola virtud.