Gemelos para un mecanismo de comedia básico
Como sucedió antes con otros comediantes muy populares en los Estados Unidos, a Adam Sandler también se le ocurrió que aparecer él mismo multiplicado en una película podría ser algo divertidísimo. Eddie Murphy, especialista en eso de la clonación narcisista, es el caso paradigmático de que esa idea rara vez funciona, por no decir casi nunca. Aunque existen películas notables en las que un actor interpreta varios personajes, como Doctor Insólito (pero claro, se trataba del Kubrick más genial y de Peter Sellers, uno de los más grandes comediantes de la historia del cine). O más humildemente a Mis otros yo, donde el injustamente olvidado Michael Keaton hacía gala de su ductilidad y gracia. Pero el caso de Jack y Jill, último trabajo de Sandler, en el que interpreta a una pareja de hermanos gemelos (hombre y mujer), es más cercano al despropósito de Murphy en, por ejemplo, Norbit. También es cierto que, fiel a su estilo, Sandler no se toma la cosa para nada en serio y su burda personificación de Jill, la gemela, es en parte un efecto buscado, parte de la broma. Aunque la broma no sea nunca demasiado graciosa.
La historia, como en casi todas las películas de Sandler y de su productora Happy Madison (que también se encarga de promover los trabajos de algunos de sus amigotes, como Rob Schneider), es apenas la excusa para activar un mecanismo de comedia muy básico. Jack y Jill son gemelos, pero él la detesta y con razón. Ella vive en el Bronx y una vez por año visita a su hermano en Los Angeles, donde él trabaja como director publicitario y todas las veces lo saca de quicio. Jack está preocupado porque debe conseguir que Al Pacino se interese en filmar una publicidad para la cadena Donkin Donnuts (su mejor cliente), para promocionar un nuevo producto, el capuchino Donkachino, aprovechando la rima del apellido del actor. Pero su hermana es una molestia permanente y no consigue concentrarse. El humor de Sandler nunca ha sido fino, ni en sus mejores películas, como No te metas con Zohan. Pero la permanente apelación a recursos cómicos tan elementales como los pedos y sus consecuencias, o los contrastes culturales entre el pequeño burgués norteamericano y los inmigrantes latinos o los indigentes con dificultad consiguen una sonrisa.
Algo mejor le va con la subtrama de Al Pacino, aunque no precisamente porque esa historia sea más sólida o tenga mejores gags. No. Lo gracioso es ver a Michael Corleone, a Caracortada, quien ha sido reiteradas veces criticado por reducir sus últimos trabajos a desmesuradas parodias megalómanas de otros anteriores, hacer exactamente eso mismo, pero en broma. Sus escenas de desborde durante una interpretación shakespeareana son, por lejos, lo mejor de la película. Lo mismo se aplica a su aparición junto a Johnny Depp en un partido de básquet; sus intentos por seducir a Jill; el chiste del Oscar o su entrada final. Es que si algo inteligente hace Adam Sandler en casi todas sus películas, es elegir buena música y buena compañía. El spot final de Donkachino lo confirma. Pero tal vez el viejo Al esté tan arrepentido de todo esto como su alter ego en la pantalla.