Esta no es una nota sobre el dudoso lugar de Jackass en la historia del cine: la película es una excusa, así como también la provocación de que tenga un canónico lugar en la lista anual de la FIPRESCI local. El verdadero eje de esta polémica (que tuvo lugar en este blog y en otroscines: son los valores en juego (en su inseparable doble sentido: estético y ético). Porque lo que en verdad importa discutir es cómo el poder construye subjetividad (incluso en la aparente paradoja de una crítica que celebra un elogio del fascismo). Pero para llegar a eso (y entenderlo), primero hay que dar un rodeo:
1. Crítica y coprofagia
Hace casi un siglo, Marcel Duchamp convirtió a una letrina en arte (bastó colocarla en una sala de museo). El gesto no acabó con los museos, pero casi acaba con el arte. Y todavía persiste la disputa sobre si fue un acto revolucionario o reaccionario. Por suerte nada de eso pasará con Jackass, aunque el gesto “irreverente” de ponerla entre las mejores películas del año recuerda esa farsa en que se convierte la Historia cuando se repite sin fundamento.
Porque Jackass es, en el mejor de los casos, una especie de Mondo cane para adolescentes tardíos. En el peor, es una glorificación de la estupidez, la crueldad, o el sadismo, no muy lejana de las bromas televisivas de Tinelli (la única diferencia es que se esfuerzan por parecer ingeniosamente idiotas…). Pero no sólo por eso prefiero no hablar en particular de la seguidilla de ejercicios (absurdos o denigrantes) en que consiste este subproducto de la TV basura: no es necesario “particularizar” (y hundirse en la mierda) para hacer una crítica que no es una crítica del “gusto” (porque se entiende que a alguien le pueda gustar Jackass, del mismo modo en que se puede hallar placer en la autoflagelación). Lo discutible es su defensa por parte de algunos críticos (básicamente de El Amante, que conforman un tercio de los miembros de FIPRESCI), en un arco que parece ir de la sobreinterpretación al sofisma. Veamos:
Dice Javier Porta Fouz (en una nota citada por él mismo en otroscines): “Jackass 3D es cine cómico de gran inventiva, es decir, un en el que cada situación es un nuevo desafío físico y estético. Pictóricamente lujosa, remite al cine mudo desde varios ángulos, al igual que Independencia de Raya Martin. Pero, que yo sepa, a nadie se le ocurrió tildar de estúpidos a los que defendieron esa película filipina. La tribu de la comedia (una forma de arte todavía hoy menospreciada) suele ser más democrática y tolerante que la tribu del ‘cine arte’”
Varias cosas para decir, porque en este párrafo se resumen de algún modo todos los equívocos en juego: lo cómico no es lo mismo que la comedia, del mismo modo en que un desafío físico no es necesariamente un desafío estético (ya volveremos sobre esta concepción estetizante de lo físico en el parágrafo siguiente). Y si Jackass tiene algo de espectáculo de feria, lo es por ser parte de un retorno a lo primario (no a lo primordial) en el cine, que algunos críticos festejan como un retorno a los orígenes pero que en el fondo no es más que mero primitivismo (en ese sentido, no solo no es lo mismo Independencia que Jackass: tampoco es lo mismo Independencia que Autohistoria, aun siendo del mismo realizador). Porque en cien años Jackass no despertará la misma curiosidad que El regador regado sino que será apenas, si todo sigue así, la constatación de la decadencia de un artefacto que alguna vez quiso ser arte. Y no se trata de una defensa de “tribu del cine arte” (una caracterización más propia de la crítica populista que El Amante suele odiar con razón): el cine siempre fue un arte popular por excelencia, desde su misma constitución en tal, cuando dejó atrás el primitivismo para desarrollar un lenguaje (las obras maestras de Griffith y Eisenstein, que iniciaron el gran período clásico, fueron films enormemente populares).
Lo que sí parece un gesto tribal es la sobreinterpretación crítica de una película que no llega ser un film. Este insulto a la inteligencia (la defensa, tanto como la película misma) marcan el límite del gesto que pretende canonizar urinarios por el sólo capricho (algo muy distinto del original gesto “cahierista”, que reivindicaba una política -autoral- y una rebelión –crítica-). Jackass no es más que una anécdota, pero es preocupante como síntoma de la decadencia de una crítica que cambió la erección de un canon por el canon de una erección.
Porque (resumiendo), hay tres cuestiones interrelacionadas: a) ¿Es Jackass un film? b) ¿Es una buena película? c) ¿Es una película que merezca estar en un top five? La primera responde de algún modo a las otras dos: Jackass no es un film, aunque parezca una película. O para decirlo más claramente: es una película pero no es cine. Es una suma de sketches televisivos de mal gusto. Alguien podría decir lo mismo de Meaning of life… Y yo diría: si alguien no es capaz de ver la evidente diferencia, tal vez tendríamos una discusión tonta como esta. Pero no esperaría que fuera entre críticos de cine, porque hablar sobre Jackass es como hablar sobre Tinelli: da para mucho, pero si lo hacemos sólo como cronistas “de espectáculos” el resultado es tan pobre como el de esos papers universitarios que en los ’90 encontraban valores hasta en lo más rancio de la industria cultural. Y es que el problema es, justamente, que críticos “serios” consideren “seriamente” una película como esta… Porque no se trata de jugar con el “mal gusto” a lo Waters, o usarlo contra las veleidades de la burguesía (como en lo mejor de Buñuel o Pasolini): Jackass no esconde ningún valor contracultural, sino todo lo contrario. Es la sumisión ante lo más reaccionario del sistema (Torture-porn + Reality de qualité + Comedia físico-escatológica + 3D: una fórmula imbatible, al menos en ciertos círculos…).
Y ahí es donde difiere no sólo la valoración de una película en “particular”, sino dos visiones del cine. Dice Noriega: “el tema no es asumir la misma lógica eliminacionista de los detractores sino de incorporar a Jackass al mismo lugar de respetabilidad que las demás películas, digna de ser elogiada”. Pero no se trata de ser “eliminacionista” (?), sino de entender que no todo da lo mismo, que tras ese falso democratismo hay un relativismo moral que permite no sólo la negación del pensamiento crítico (ofrecido en el altar del “gusto”), sino la glorificación del sadismo y la ley del más fuerte (y no es casual que Jackass sea una galería de ejercicios fascistas).
Noriega pretende hablar “sólo” de la película, como si así eludiera cualquier otro juicio que no fuera el “estético”, y como si ese mismo juicio no implicara una ética y una política. No es casual ese desmembramiento, porque esa violencia aceptada (como si el espectador fuera como el Alex de La naranja mecánica, pero inducido a anestesiar todo conflicto moral) es fascismo puro, como lo es toda anulación gozosamente nihilista del pensamiento crítico. Y Jackass es un curso práctico de nihilismo. Fascism for dummies.
2. Crítica y faci(li)smo
Hace medio siglo, se llevó a cabo en Estados Unidos el famoso “experimento de Milgram”: constaba de dos voluntarios, y uno de ellos era atado a una camilla con electrodos, mientras el otro aplicaba electricidad ante cada error cometido por el primero, bajo la supervisión de un director (el primer voluntario era tan falso como la corriente, pero la “aplicación” era verdadera en la voluntad, respaldada por la “obediencia debida”…). El resultado fue apabullante: más del 60% de los participantes llegó a dar la descarga máxima, al sentirse respaldado por una figura de autoridad.
Dice Gustavo Noriega: “Si estos muchachones deciden poner su cuerpo en riesgo o dejar que sea objeto de agresiones de distinto calibre, no hay que perder de vista que se trata de una decisión libre. No hay en Jackass daño a terceros inadvertidos y esto es lo único que debería importarnos en términos de moralidad (la referencia a comisarías, cárceles y pistolas eléctricas es particularmente desacertada). No hay nada más riesgoso que intentar legislar sobre el placer y cuando digo legislar me refiero a lo jurídico, por supuesto, pero también a lo moral. Y eso sí que es político: la intromisión del “buen gusto” en la legítima búsqueda del placer es tan fascista como lo sería la del Estado legislando en ese punto (como lo hace con el consumo de drogas).”
Vamos por partes: “Si estos muchachones deciden poner su cuerpo en riesgo o dejar que sea objeto de agresiones de distinto calibre, no hay que perder de vista que se trata de una decisión libre.” También lo sería vender un riñón en el mercado… Pero lamentablemente tal cosa todavía es imposible, merced al fascismo del Estado. Así lo entiende el ultraliberalismo, claro (aunque aquí “sólo” hablamos de la gratuidad del gesto estético), porque “la intromisión del ‘buen gusto’ en la legítima búsqueda del placer es tan fascista como lo sería la del Estado legislando en ese punto” (!). Lo fascista es precisamente hacer de la violencia un gesto estético (separado de la política y la ética): si los condenados hubiesen entrado “libremente” en la cámara de gas, ¿podríamos gozar de las películas nazis que lo muestran? (¿y a eso también lo llamaríamos –como Noriega pervirtiendo a Bazin- “ética el realismo”? Volveré sobre esto más adelante, porque es un punto esencial en esta discusión crítica).
Luego sigue diciendo Noriega, en la misma discusión: “sé que si [la violencia] llega a convertirse en una película nada grave pasó”, cuando antes argumentaba que “si estos muchachones deciden poner su cuerpo en riesgo o dejar que sea objeto de agresiones de distinto calibre, no hay que perder de vista que se trata de una decisión libre”. Esto al menos era más honesto, además de mostrar cuál es la supuesta “libertad moral” que pregona el viejo liberalismo (representado hoy en el paroxismo ideológico del tea party). De hecho, no es casual ver cómo se repiten en las críticas favorables una y otra vez los mismos argumentos (sobre todo las falacias “liberales” que hacen parecer “intolerante” hasta al venerable Comolli, atacado en una de las polémicas). Ser tolerante, en cambio, es apreciar “el trabajo con el color” en una película excrementicia… En fin: cada uno tendrá que hacerse cargo de lo que defiende: el archivo es implacable, y deja en claro una posición estética y política (que son la misma cosa).
En la discusión en otroscines, Noriega se cita a sí mismo (y vale la pena reproducirlo en extenso): “En todos los casos se trata de hacer algo extraordinario delante de una cámara. (Es notable que los segmentos menos felices sean las cámaras sorpresas que implican otro tipo de ideología y de estética). Que ese algo fuera de lo común a menudo esté asociado con cosas que el buen gusto no tolera, como enmierdarse, vomitar o generar tanto sudor como para llenar un vaso y que un tercero se lo tome, no es un detalle menor o que desmerezca la empresa. Se trata en todos los casos de poner el cuerpo en acción delante de la cámara. Jackass 3D no quiere ser manifiesto de nada pero si lo fuera, sería uno en contra de la digitalización y de las estrellas del cine que utilizan dobles para no poner su cuerpo ni en riesgo ni en exhibición. Lo que se ve es lo que a ellos les sucede y no una simulación. Y lo que les sucede no es poca cosa. Jackass 3D tiene una estética y una ética, la del realismo. Es uno de los detalles más emocionantes del grupo el compromiso no explícito (explicitarlo sería de una solemnidad intolerable) de aceptar cualquier cosa y de no enojarse cuando algo inesperado y desagradable sucede. Si el travelling es una cuestión moral, “The Rocky” y “High Five” (una mano gigante que aparece de la nada y apalea a un desprevenido) también lo son. Los jackass ponen el cuerpo y se bancan lo que sea.” Y agrega: “Si quieren discutir con este texto, adelante. Debe tener más de un punto débil para atacar”.
Todos los puntos son débiles: “hacer algo extraordinario delante de una cámara” no es un argumento estético (y si incluye inducida violencia real no es argumento de ningún tipo…), ni “es notable que los segmentos menos felices sean las cámaras sorpresas que implican otro tipo de ideología y de estética”: la “libertad” de autoflagelarse en cámara es algo discutible, pero no por una cuestión de “mal gusto” (ya sabemos que el juicio estético es relativo), sino porque “poner el cuerpo” no implica necesariamente algo loable en sí (sin atender al sentido social de la acción).
Y ese es el pecado original del argumento “estético”: por un lado se insiste en que “Jackass no quiere ser manifiesto de nada”, para inmediatamente después agregar “pero si lo fuera, sería uno en contra de la digitalización”, etc. “Lo que se ve es lo que a ellos les sucede y no una simulación. Y lo que les sucede no es poca cosa”, aclara Noriega, como si fuera una hazaña enmierdarse. “Jackass tiene una estética y una ética, la del realismo”, concluye, en una lectura totalmente arbitraria y facilista de los problemas del “realismo” cinematográfico (Bazin -cuyos análisis “ontológicos” nunca pierden de vista lo histórico- se debe estar removiendo en su tumba).
Para poner un contraejemplo ejemplo claro: Jackass es el anti-Saló, ese gran film de Pasolini sobre el fascismo como biopoder, como despliegue íntimo (algo que el gran cine italiano ha retratado con lucidez, de El conformista a Vincere). En Saló Pasolini hace su crítica final al “realismo” (entregándole al sistema un film imposible de ser reducido a sexplotation): todo lo contrario de los críticos que abusan del bazinismo para justificar la gozosa violencia de una mirada amoral. O que simplemente juegan a mezclar e invertir los términos, para ver una crítica donde no la hay.
“Tati de blooper”, la llama Juan Manuel Domínguez en El Amante: “la Capilla Sixtina de un estado de gracia que sacrifica el cuerpo sin mirar nunca atrás” dice, como si hablara de La pasión de Cristo de Mel Gibson (una película cuyo abierto sadismo al menos es culposo). Y Domínguez sigue con las metáforas hasta llegar a “los suicidios más largos de la historia del cine”, sin ver que es más bien la historia del cine la que parece suicidarse en películas como esta. Pero por suerte Jackass no es la culminación del desenvolvimiento del espíritu hegeliano, aunque se acerca bastante como “el summum de una cultura chatarra que sólo puede generar Estados Unidos”. Sin embargo, Domínguez parece no entender que no hay ironía ni distanciamiento en esa montaña de basura que nos arroja Jackass: No es una crítica a la estupidez, sino la estupidez misma. Es como si el crítico no viera lo que él mismo enuncia con claridad (o que no le importe, y se entregue a un gozoso nihilismo): “reconocemos un ambiente de trabajo absurdo sobre el cual reina otro factor: todo vale, en cualquier momento”. Jackass es la absurda glorificación de una autodestrucción “liberada” a sus propias fuerzas. Y que algunos críticos la asuman como tal no son buenas noticias para el cine.