Menos más menos
No sólo cualquier frase seria sino cualquier frase en serio que se escriba sobre El abuelo sinvergüenza se vuelve ridícula al instante. Y la verdad es que esa sentencia podría aplicarse a todos los productos de la factoría Jackass, ya sean los televisivos, popularizados por MTV, o los cinematográficos.
¿Qué se le puede exigir a una banda de tipos que no parece tener otra pretensión más que divertirse y ganar dinero poniéndole el cuerpo a una serie de pruebas físicas masoquistas o someterse a situaciones morbosas, impúdicas, escandalosas y escatológicas?
De algún modo el peso de la prueba cae siempre sobre el gusto del espectador. ¿Te da risa o asco ver a alguien comer vómito? ¿Te da risa o asco un viejo que exhibe sus testículos? El cuestionario podría seguir hasta el infinito y hay que tener en cuenta que tanto la risa como el asco no son sólo reacciones físicas sino también morales.
Sin embargo El abuelo sinvergüenza es un caso particular, porque en ella los episodios cómicos registrados por cámaras ocultas están unidos a una historia mayor mediante un hilo argumental bien visible. Aquí, el conocido personaje del abuelo depravado Irving Zisman, interpretado por John Knoxville, vive una aventura que tiene un lado sentimental bastante obvio y que toda la carga de cínismo e incorrección de la película no consigue atenuar.
Justo cuando acaba de quedar viudo, el viejo Zisman debe encargarse de su nieto (un simpatiquísimo Jackson Nicoll), lo cual implica viajar a través de los Estados Unidos hasta donde vive el padre del niño. El viaje, en un Lincoln continental setentoso, les depara, por supuesto, muchísimas experiencias desopilantes. A diferencia de una ficción tradicional, todas las escenas son producto de esa especie de situacionismo irrisorio que implica preparar una acción sorpresiva en un lugar público (una sala de velatorio, un supermercado, un comedor, un bar, una plaza, etcétera).
En ese sentido, El abuelo sinvergüenza, como las anteriores Jackass, podría verse como un laboratorio en el que se experimenta con la sociedad norteamericana. No obstante, en este caso, resulta difícil decidir si el desarrollo levemente empalagoso de la relación entre el abuelo y el nieto distrae del humor picaresco o si el humor distrae de ese relato familiar de bajas calorías. Tal vez la distracción es doble y sólo en matemática menos más menos es más.