Celebración del arte del maltrato
Coescrita y producida por Spike Jonze, la nueva guarrada de la serie Jackass conserva el carácter episódico de los productos de la casa, aunque aquí con una mínima premisa argumental, apoyada en más de una oportunidad en cámaras ocultas.
Emitido originalmente por MTV a comienzos de la década pasada, Jackass consistía en una horda de boludones de veintilargos dándose trompadas, zamarreándose dentro de un baño químico, tiroteándose a quemarropa con balas de pintura, arrojándose bolas de pool en las entrepiernas y atándose los prepucios a una moto, entre otras idioteces. Tras tres temporadas, veinticinco episodios y cientos de denuncias, el canal le bajó el pulgar. Pero los muchachos quisieron más y siguieron en la suya, creando numerosas derivaciones televisivas y cinco películas, tres para cine (una se estrenó aquí) y dos para el mercado hogareño. O seis, si se tiene en cuenta que El abuelo sinvergüenza está precedida por un Jackass presents. Así, aquel programa terminó convirtiéndose en una marca mundializada. Mundializada y exitosa, ya que El abuelo... destronó de la taquilla norteamericana ni más ni menos que a Gravedad, fija de muchos para el top 5 del año.
Aquellos conocedores del mundo Jackass identificarán rápidamente el asunto, ya que Irving Zisman es uno de los personajes más icónicos del programa, aquel viejo gruñón, maleducado y misógino que solía aparecer en la pantalla con el escroto literalmente por el piso incomodando a los ocasionales transeúntes. Interpretado por el jefe de toda la batuta, Johnny Knoxville, Zisman debe hacerse cargo aquí de un nieto (notable Jackson Nicoll) cuya principal aspiración es vivir de la pesca y comprarse una casa cerca de la cárcel donde irá su madre por reincidir en el consumo de drogas. “Mi mamá tiene mal aliento por consumir crack”, dice el pibe. El abuelo, mientras tanto, tampoco la pasa bien. Mejor dicho, tampoco debería estar pasándola bien, pero la viudez parece causarle cualquier cosa menos tristeza. Lo que seguirá es una road movie con los tres –abuelo, nieto y el cadáver de la abuela– atravesando medio Estados Unidos rumbo a la casa del padre, un fumón que no duda en pelar el vaporizador delante de una asistente social.
Coescrita y producida ni más ni menos que por Spike Jonze, El abuelo... conserva el carácter episódico de los productos de la casa, aunque aparece aquí la idea de una mínima premisa argumental desarrollada en gran parte mediante el registro con cámaras ocultas. Así, cuando el viejo intenta mandar a su nieto embalado en una encomienda, la reacción de las empleadas de la empresa de transportes es “real”. Lo mismo cuando la dupla arme un sandwich en pleno supermercado o el viejo lleve al nene a un concurso de talentos infantiles... para nenas. El recurso funcionaba bien en las pequeñas dosis del serial televisivo y aquí por momentos también, pero a la larga termina produciendo una sensación de agobio y reiteración, como si Jeff Tremaine, otro hijo dilecto de la troupe y director de todas las entregas anteriores, tuviera esa única idea y no supiera cuál es el momento para dejar de explotarla.
Pero ojo, porque el film tiene todo lo que una buena comedia debe tener: incorrección, sorpresa, timming, zarpe y gracia. ¿Y por qué sólo un seis? Porque esos méritos, si bien siempre dignos de mención, son los mismos que pueden atribuírseles a varios de los mejores exponentes de la Nueva Comedia Americana. ¿Personajes apócrifos en plena calle e incomodando a civiles? Ya lo hizo Sacha Baron Cohen. ¿Una pared llena de mierda después de un pedo que finalmente no era tal? Marca registrada de los Hermanos Farrelly. En ese sentido, el film levanta vuelo cuando decide particularizarse recuperando la entronización del arte del golpe y el maltrato por el único placer de generarlo y recibirlo del mundo anárquico, radical e impredecible de Jackass. La escena del abuelo sentado en una silla de plástico y el nieto pateándosela o aquélla en la que rompen los carteles en la ruta muestran lo mucho mejor que habría sido El abuelo sinvergüenza si hubiera elegido no parecerse a nada en lugar de un poquito a todo.