Ante la repulsión que me provoca Jackass y todos sus antecedentes radiofónicos, televisivos y cinematográficos, es difícil mantener cierto grado de imparcialidad. De última sería más fácil decir: si le gusta Jackass vaya, y si no quédese en su casa. No voy a hacer catarsis, de todos modos intentaremos algo más constructivo.
El diccionario de la RAE tiene dos definiciones para “humorismo”: 1. Modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas.
“Jackass: El abuelo sinvergüenza” (junto con la serie de MTV, más lo hecho anteriormente para cine), no entra en la primera definición porque ninguno de los dos elementos centrales de la realidad que posee el guión resaltan el lado cómico de nada. Al contrario, la vejez (con sus dificultades) o el abandono infantil (podríamos incluir el choque generacional abuelo/nieto) son tomados como objeto de burla, además de ser usados tramposamente para abusarse de la confianza, la compasión, la solidaridad o la incredulidad de la sociedad.
¿Y si aplicamos la segunda definición? 2. Actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Encajaría muy relativamente. Uno entiende que, en lo suyo, el equipo detrás de éste proyecto es profesional y busca la diversión del público, aunque la propia tenga prioridad. Sin embargo no son chistes, tampoco imitaciones. Si tomamos a la parodia como una imitación burlesca y a la sátira como una composición que intenta mofarse de algo, “Jackass: El abuelo sinvergüenza” podría entrar en esta variante, pero cinematográficamente hablando los argumentos son más endebles aún.
Se le ponga el disfraz que se le ponga, Jackass es un conjunto de cámaras ocultas. Salvo los protagonistas, Johnny Knoxville, Jackson Nicoll y algunos cómplices, el resto no sabe que la situación está preparada. Así, los espectadores / televidentes se dividirán entre los que disfrutan riéndose de lo que le pasa a los demás y los que no.
Esta variante de humorismo registra su antecedente más lejano, en 1976 cuando el sudafricano Jamie Uys se despachó con “Esta loca, loca gente” registrando con cámaras ocultas distintas situaciones prefabricadas, como por ejemplo dos clientes en la barra de un restaurante que pedían el mismo plato. El falso recibía uno repleto, el verdadero uno casi despojado de comida. En otra, la cámara registraba de lejos la reacción de una persona que caminando por la vereda era seguida en fila por otras seis. La secuela fue en 1983. Gran éxito cuando salió en VHS y llegó a manos de Marcelo Tinelli que lo copió hasta el hartazgo en los noventa, Mario Pergolini también. En ambos casos se grababa una realidad alterada cuya gracia residía en ver el estado de la alteración, furia y enojo de una persona mientras viajaba de vacaciones, o viendo como le destrozaban el auto “por accidente”. Pero no son los únicos antecedentes de humor tramposo. Aquí, en Argentina, el Dr. Tangalanga se la pasó grabando conversaciones telefónicas con víctimas a las cuales insultaba de arriba a abajo mientras las sometía a situaciones de reclamo, por momentos muy violentas.
Si ver o escuchar lo que le pasa en la vida real a una persona resultaba un éxito, no fue extraño ver nacer los reality show como los conocemos hoy con Gran Hermano a la cabeza. Jackass le agregó el elemento de la autoflagelación a la que se sometía el propio Knoxville con segmentos tristemente célebres, como cuando se somete a entrar en un baño químico y darlo vuelta en la altura. Este espanto fue un éxito de audiencia.
Volviendo al estreno que me ocupa, “Jackass: El abuelo sinvergüenza” es uno de los “sketchs” del programa televisivo al que se decidió convertir en noventa minutos cinematográficos, disfrazados de un supuesto argumento en el cual el viejo enviuda (felizmente para él) y acepta llevar a su nieto al Estado donde vive el padre desempleado, adicto y abúlico. El nieto es un chico regordete y desfachatado. Sin filtros para decir lo que piensa o contar algunas cosas. Veremos situaciones en las cuales, por ejemplo, el niño habla de su mamá fumadora de crack en una sala de espera frente a la estupefacción de los presentes, o al abuelo jugando en un bar como hábil practicante de flutulencias, obteniendo como resultado final estrellar sus excrecencias contra la pared.. Un primor.
Mas allá de los gustos personales, al intentar mechar estos momentos en una historia como para darle coherencia, Jackass traiciona un poco su propia fórmula en la que el desorde de las propuestas y la corta duración de las mismas eran las armas principales para que la cosa funcione. El abuelo y el buen trabajo de Johnny Knoxville no alcanzan para sostener una propuesta que por definición no tiene otro remedio que repetirse, volviendo todo tan reiterado y predecible que atenta contra los remates muchos de los cuales, los adivinamos apenas empieza la escena.
Hablar de dirección sería injusto con la profesión. Mas que dirigir Jeff Tremaine coordina lo que sucede frente a las cámaras. En todo caso el mayor mérito lo tiene el equipo de maquillaje liderado por Steve Prouty y Tony Gardner con el trabajo hecho para lograr el abuelo y alguna que otra prótesis. Creo no dejar nada en el tintero. Ahora sí puedo decir: si no le gusta Jackass, no se moleste.