Para los fanáticos de “Jackass”, el envío televisivo de MTV, quizás esta tercera película resulte extraña por varias razones. Entre ellas la menor audacia de los sketches y, sobre todo, el relato convencional que atraviesa el filme de una manera un poco forzada de principio a fin. La idea sobre bromas pesadas y cámaras ocultas que hizo famosos a Spike Jonze, Johnny Knoxville y Jeff Tremaine a partir del año 2000, sigue teniendo el ADN original, pero el efecto de las andanzas de un abuelo medio desquiciado y su nieto en una road movie del estilo restauración del orden familiar, le resta espontaneidad y repentismo, dos de los fuertes de este clásico del humor. Bajo la estructura de una comedia que evoca lo que hizo Sacha Baron Cohen con “Borat”, en este regreso, Knoxville, debajo de una espesa capa de maquillaje, se pone en la piel de Irving Zisman, un enérgico señor de 86 años. Y el sorprendente Jackson Nicoll, el pequeño actor de sólo 8, en el de Billy, en una interpretación que le roba varias escenas a su compañero de viaje. Todo comienza cuando la hija de Irving debe regresar a la cárcel, y el abuelo tiene que hacerse cargo del chico y llevarlo a vivir con su padre a otra ciudad, justo cuando empezaba a disfrutar de su recién adquirida viudez. En el camino se rien de todo y de todos: de los asistentes al funeral de la difunta abuela -un personaje que sin un línea de texto dispara las mejores bromas de humor negro-, y de los clientes de varios bares, incluido uno de stripers masculinos, entre otros desprevenidos. En el medio está todo el arsenal de humor físico conocido: golpes, caídas y hasta tortazos, y la artillería de palabras con doble sentido y deformaciones de nombres seudocientíficos de enfermedades improbables. Pero la superposición de gags buscando el humor hace perder justamente eso que necesita una comedia: ritmo. A pesar de lo cual “Jackass: el abuelo sinvergüenza” no defrauda.