Jackie

Crítica de Diego Papic - La Agenda

Detrás de la Historia

La película de Pablo Larraín sobre Jackie Kennedy, protagonizada por Natalie Portman, intenta recuperar los momentos privados de una tragedia pública.

Jackie no es la película que uno imagina. No es una biopic sobre Jackie Kennedy, en primer lugar porque cuenta apenas unos pocos días de su vida: los previos y posteriores al asesinato de su marido, JFK. Tampoco es convencional: está contada en forma fragmentada, sin crescendo dramático, sin utilizar el momento del asesinato en forma efectista. Es una película que hace un esfuerzo consciente por evitar la demagogia y por eso puede desorientar. Pero si uno baja sus defensas y se entrega a la propuesta del chileno Pablo Larraín, la experiencia puede ser fascinante.

Lo primero son las ráfagas de cuerdas disonantes compuestas por Mica Levi -nominada al Oscar por este trabajo- sobre la pantalla negra. En seguida aparece el primer plano de Natalie Portman caminando por el jardín de la residencia Kennedy. La cámara la observa, indaga, hurga en sus gestos. Toda la película parece ser un intento infructuoso por descifrar qué pasaba por la cabeza de esa mujer, la esposa del hombre más poderoso del mundo, asesinado en sus brazos, que tuvo que exponerse al mundo y la opinión pública simulando entereza en unas horas inciertas, en las que no se sabía siquiera si era seguro para ella y los otros miembros del gobierno hacer una procesión a la catedral con el ataúd.

Jackie funciona por acumulación. Su charla con el periodista que la va a entrevistar unos días después del asesinato (Billy Crudup) da paso al rodaje del tour por la Casa Blanca que filma unos días antes, coacheada por su secretaria (Greta Gerwig), y después Jackie maquillándose en el baño del Air Force One antes de aterrizar en Dallas para el viaje fatídico.

Lo que sucede está en los detalles: Jackie practicando el saludo en castellano, su mirada confundida y abrumada ante los vítores de la multitud -Larraín elige sacar el sonido ambiente y poner la música enigmática de Mica Levi para enrarecer la escena- y después su llanto a medida que se limpia la sangre ante el mismo espejo ante el que se había maquillado un rato antes, todo está en función de mostrar la vida íntima del personaje público, la tragedia de una mujer que perdió a su hombre y no la tragedia de un país que perdió a su presidente.

Pero esto no significa que la reconstrucción histórica no sea precisa hasta la obsesión. Basta ver la escena en la que Lyndon Johnson (John Carroll Lynch) jura como presidente, pocos minutos después de la muerte de Kennedy, a bordo del avión presidencial. La habitación minúscula atestada de funcionarios conmocionados y aturdidos fue inmortalizada por una foto célebre y el plano de Larraín es idéntico. Pero lo vemos en movimiento, obviamente, y apenas termina el juramento, vuelven las ráfagas de cuerdas y la cámara se cierra en Jackie.

Jackie. Natalie Portman. La protagonista absoluta de la película, nominada al Oscar y al Globo de Oro por este papel, es la materia prima de Larraín, su Falconetti. Pero si bien logra imprimirle a su Jackie todos los matices, la insistencia por imitar el acento de la original resiente bastante el resultado. Distrae como si tuviera una careta. Quizás la película, en última instancia, sea una reflexión acerca de la imposibilidad de recuperar para el público los momentos privados de la Historia. Ese acento resulta disonante: como si Portman y Larraín no se hubieran dado cuenta de esa imposibilidad.