Si no hay amor, que no haya nada entonces.
Fitzgerald Kennedy. O sea, deberíamos situarnos en noviembre de 1963. La excusa narrativa es la entrevista que un periodista hace a la viuda Jackeline Kennedy (Natalie Portman) un tiempo después. Aquí no encontramos teorías conspirativas, grandes cuestionamientos políticos ni pretensiones históricas como en JFK. Sino que se centra en los instantes previos y posteriores al magnicidio, en una suerte de imágenes y líneas temporales desordenadas con alguna supuesta gracia.
Entre tantas idas y vueltas visuales se pierde un poco el objetivo de la película, el para qué nos trajeron a esta sala de cine. Podemos disfrutar de cómo Jackie le pone glamour y buen gusto a la Casa Blanca. Pero pronto, lo más importante parece ser la proeza de la reconstrucción. La imitación de la persona real y la imitación de archivos fílmicos de la época. Esa imitación es lo que más llama la atención, se convierte en el camino visual a seguir. Entonces, ¿esta película existe sólo para que se luzca Natalie Portman? ¿Para que gane el Oscar? Sin dudas se trata de una gran actriz. De todas maneras, en este caso, no despliega necesariamente un trabajo mejor al de Star Wars, El Cisne Negro o El Perfecto Asesino. Es difícil disociar si se trata de una buena actuación o una gran imitación. La falsificación es muy buena, pero no alcanza. Tal vez el arduo trabajo de imitación le hace dejar de lado un progreso emocional del personaje, un trabajo actoral íntegro.
¿Al chileno Pablo Larraín le apasiona en particular este aspecto de EEUU o sólo dirige Jackie como carta de presentación para Hollywood? No parece estar cómodo con el tratamiento visual como sí lo estaba en Neruda. Allí se notaba el amor por esas imágenes, conocía (quería) los paisajes de Chile. A veces se nota cuando el director no está disfrutando. Y así es más difícil que lo disfrutemos nosotros. También podemos llegar a notar cuando hay mucho trabajo en la puesta en escena pero se queda a medio camino de la “puesta en vida” de un personaje. Si se pierde la emoción artística la imitación se vuelve más fría, y empieza a caducar. Cuando las pasiones artísticas se dejan de lado mejor no asistir a este tipo de espectáculos.