Este filme enrolado en lo que dio por llamar películas biográficas centradas en alguna figura, en este caso Jackie Kennedy, en tiempos del dolor, en un espacio especifico nunca propio. Uno de los logros del filme es mostrarla desconcertada sobre su posible futuro con tanta muerte a su alrededor, ya habían fallecido dos de sus hijos.
Pareciera ser que el director chileno Pablo Larraín constituyo todo en derredor de Natalie Portman para su exclusivo lucimiento. Y la actriz no defrauda, se carga al hombro casi de manera exclusiva los 100 minutos que dura.
Desde el principio, con la primera imagen, damos cuenta que Natalie es Jackie, así de presencia que abarca la pantalla.
Para tal fin el guionista pergeña la estructura del relato en dos columnas vertebrales, hechos reales, el reportaje que la viuda otorgo a la revista “Life”,15 días después del asesinato de su esposo. Paralelamente un programa emitido por la televisión yankee en el que la primera dama era la anfitriona y guía turística de la casa de gobierno exhibiendo las reformas, mejoras que ella había realizado.
La realización hace un despliegue de los sucesos antes, durante y después del atentado, a manera de recuerdos que ella va traduciendo en palabras el dolor que se ve en su rostro, pero que contiene en su cuerpo.
Toda lo ponderable que tiene la interpretación se ve secundada por tres maravillosos partenaires, en principio Billy Cudrup como el periodista que la entrevista, ciñéndose a las reglas establecidas por Jackie, la incomodidad de tener que contenerse desde el respeto del dolor ajeno y del propio.
En segundo lugar Peter Saarsgard, en la piel de Bobby Kennedy, el hermano del presidente asesinado, dolor compartido y protector acérrimo de su cuñada.
Por último, el gran John Hurt, recientemente fallecido, componiendo al cura que estará a cargo del entierro y confesor de Jackie.
Filme de factura casi clásica, que termina por no ser una biográfica tal cual demanda el subgénero, ya que lo que se huele en cada plano es una joven mujer haciéndole frente a una situación extraordinaria que nunca imaginó que podría suceder. Una radiografía del personaje, un viaje a su interior más que su recorrido por ese espacio temporal.
Todo lo demás que construye el relato va de la mano de la minuciosidad del director por los detalles, como si todo lo planeado fue respetado obsesivamente. Lo cual no es por definición nada que vaya en favor valoración final del texto.
Desde el vestuario y peinado del personaje, la forma de hablar, gestos, timbre y tono de voz, la recreación de época, en general, sustentados en una buena dirección de arte en general, una buena dirección de fotografía.
Lo único que va a contramano, un poco del resto es el diseño de sonido, principalmente la banda de sonido, que termina por ser más omnipresente que necesaria.
Una producción especial para aquellos que quieran saber de aquel icono de los primeros años de la segunda mitad del siglo XX, despejándose del mito luego instituido.