Para los menores de 50 años y los no nacidos en Estados Unidos la primera duda puede surgir al oír lo que aparenta ser una impostada y sobreactuada voz de Natalie Portman (nominada al Oscar por su interpretación), es la fidelidad de la misma a la figura histórica. Entre las muchas ventajas que ofrece el siglo XXI, internet invita a la oportunidad de estar a tan solo un par de clicks de comprobar si la Jackie original realmente hablaba de ese modo. La respuesta corta es sí. Su increíblemente parecida es acompañada por un lenguaje corporal frágil y acertado de la ex primera dama del difunto presidente de los Estados Unidos.
La película del director chileno Pablo Larraín sigue anacrónicamente las horas y días posteriores a uno de los magnicidios más impactantes del siglo XX. No estamos frente a una biopic convencional, sino ante el retrato de una tragedia que moldeó a Jacqueline Kennedy obligándola a abandonar la imagen de insustancial y fría que varios medios intentaron crear a su alrededor. Tampoco encontraremos en la historia el tradicional camino del héroe. La idea del director y sus guionistas no es ennoblecerla sino más bien humanizarla recreando el dolor y el vacío que le generó enviudar en tales circunstancias, de la manera más fiel y objetiva posible.
A través de saltos temporales continuos, la historia consigue retratar a una mujer deshecha que es capaz de erigirse ante la adversidad en uno de los momentos más difíciles de su vida y del país. La muerte de JFK marcó no solo el fin del sueño de muchos y el comienzo de su leyenda, sino también un profundo cambio en la vida de su familia. Gracias a su protagonista, lejos de realizar un embellecimiento innecesario, se consigue un cautivador e intenso retrato.