El dolor de la Primera Guerra Mundial y una de las grandes experiencias cinematográficas del año.
Lejos –muy lejos–, una de las grandes experiencias cinematográficas del año. Material en muchos casos inéditos de la Primera Guerra Mundial es reprocesado con las modernas técnicas de efectos especiales y restaurado para recuperar el movimiento real de las personas en los fotogramas, sonorizado y colorizado. E
El resultado es asombroso: por primera vez podemos ver a esos pibes que sufrieron una de las tragedias más grandes de la historia humana y que, eclipsada por la Segunda Guerra Mundial y su propia iconografía –difundida, además, por Hollywood– casi no tenemos presente.
Hace cien años, el mundo terminó esta locura que se llevó puesta a gran parte de la población europea, creó crisis en todas partes y fue protagonizada por chicos. Estas imágenes muestran a esos niños sonriendo, tratando de pasarla lo mejor posible, en medio de un caos absoluto que, por primera vez, descubrimos en toda su extensión.
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La película, por supuesto, es también una reflexión sobre el sentido y las posibilidades del cine, e ilustra la paradoja de que cuanto más queremos conservar o reproducir la realidad, mayor es el gasto tecnológico, la manipulación y el tratamiento del material para que llegue a nosotros con toda su fuerza.
En este caso, esa fuerza, esa memoria, más las voces de sobrevivientes que nos llegan también del pasado, permiten además ver el cambio de la guerra “poetizada” del pasado a la tragedia en masa de la guerra moderna. ¿Consejo? Ver esta película y leer luego Tempestades de acero, de Ernst Jünger, para comprender totalmente esta tragedia.