En Jamás Llegarán a Viejos, la proeza de Peter Jackson no es haber simplemente podido restaurar imágenes de más de cien años para que hoy podamos conmemorar el pasado con otros ojos, sino más bien haber logrado lo más parecido a viajar en el tiempo: la Primera Guerra Mundial, por la precariedad del cine de la época, era más bien hasta ahora material de lectura. Si a eso le sumamos el anonimato de los soldados en batalla caídos injustamente en el olvido, poco es lo que conocíamos de la misma en cuanto a lo humano, limitando nuestra información a lo meramente descriptivo del conflicto.
Pero como en las guerras no son los protagonistas quienes las orquestan sino los que las batallan, esta injusticia, con escasez de archivos y medios, se había agigantado. De ahí la importancia de la labor de Jackson:
Jamás Llegarán a Viejos , como se anuncia desde el trailer, nos viene a despabilar en cuanto a que el primer gran conflicto bélico no fue en blanco y negro ni tampoco con cámara rápida (en verdad, un limitante técnico de la época, causado por la grabación a 12 cuadros por segundo en lugar de los 24 convencionales que vinieron luego).
Vemos y, por primera vez, oímos (aunque a través de meticulosas recreaciones) imágenes y sonidos que nos trasladan a las trincheras y al horror de un conflicto que tuvo en sus filas a cientos de miles de jóvenes (muchos por debajo de la edad reglamentaria) luchando, sufriendo y también, claro, muriendo frente a cámara. El impacto es tal que es imposible salir de la sala cinematográfica sin sentir el efecto desmoralizador de la batalla: Jamás Llegarán a Viejos es, libre de efectos y artificios, un retrato demoledor y contundente de uno de los momentos más oscuros de la humanidad. Un retrato que, ahora, se vive y siente a color, con sonido y pantalla grande.