Que el género documental, cuando está bien realizado, tiene una potencia, verosimilitud e inmediatez en su relación con el público tanto o más fuerte que cualquier trabajo de ficción es algo justamente comprobable en este filme de Peter Jackson.
El director de la trilogía de El Señor de los anillos y El Hobbit no sólo homenajea a su abuelo, quien sirvió en el ejército británico de 1910 a 1919 y combatió en la Primera Guerra Mundial, sino a todos los que ofrendaron sus vidas, en este documental que tiene un trabajo impresionante.
Las escenas, la mayoría de ellas nunca vistas en una película, han tenido un esfuerzo de postproducción tan inédito como lo que se ve.
Aplicaron técnicas de restauración y colorización digital -recordemos que el material fílmico rodado durante el conflicto bélico era en blanco y negro, y mudo- y en el comienzo del formato antiguo de pantalla se pasa a uno más amplio. Del monocromo se salta al color (los fotogramas fueron pintados a mano), algo que ya había hecho El Mago de Oz. También se contrataron expertos en lectura de labios para evaluar lo que decían los soldados, de modo que sus palabras y su diálogo pudieran reproducirse.
Y se ve, se siente, cómo se vivía o sobrevivía en las trincheras a la espera de un ataque.
El filme permite así un acercamiento, y también una mejor comprensión de lo que era estar en medio de la guerra. Empieza ya con el estallido de la Guerra, en 1914, y los ciudadanos que se enlistan con una sonrisa, van al campo de entrenamiento, se suben a un barco a Francia y tienen un horrendo bautismo de fuego.
Los soldados hablan de prostitutas francesas, de la lucha con los piojos y las ratas que se comían cadáveres, y hasta del aburrimiento entre una batalla y otra.
Entre otras cosas, Jackson investigó por meses los registros de la BBC y del Museo Imperial de la Guerra para elaborar su nuevo filme.
La narración es a través de un montaje de voces no identificadas, que fueron grabadas por la BBC en los años ’50 y ’60 para la serie The Great War (1963), narrada por Michael Redgrave.
Muchos de los combatientes fueron menores de edad, algo que estaba prohibido. Vemos cómo dormían, comían y hasta hacían sus necesidades. La crudeza de las imágenes tiene una fuerza aún mayor cuando advertimos que no hay un solo fotograma de ficción. Los cadáveres y las escenas de guerra son reales. Ocurrieron.
Y si los testimonios son vigorosos, las imágenes son elocuentes, hasta las del regreso, cuando los combatientes no encuentran trabajo y sí un desinterés de muchos de sus compatriotas.
Si para este trabajo analizó 600 horas de entrevistas a más de 200 veteranos de guerra y tuvo en sus manos 100 horas de filmaciones, Jackson, ahora, examina, estudia 55 horas de archivo inéditas de Los Beatles para lo que sería otro monstruoso documental.
Por ahora con Jamás llegarán a viejos más que nos alcanza.