FUIMOS SOLDADOS
Resulta un tanto exagerada la euforia crítica que desató Jamás llegarán a viejos, documental de Peter Jackson sobre las experiencias de los soldados de infantería británicos durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, no puede dejar de destacarse la extrañeza que genera que una película encargada por el Museo de Guerra Imperial de Gran Bretaña para el centenario del final del conflicto bélico lo que menos haga es idealizar los eventos; y el hecho de que film tenga un estreno comercial en la Argentina -donde a priori es difícil que encuentre un público-, lo cual se agradece.
Lo que es innegable es el cariño (o más bien el interés casi pasional) que Jackson demuestra por el material que tiene entre manos, que lo lleva a tomar decisiones sutiles pero fundamentales para conducir la narración con inteligencia. La primera es utilizar todo el material –más de seiscientas horas de entrevistas a doscientos soldados, unas cien horas de filmaciones originales, que hasta ahora no habían visto la luz y estaban guardadas en los depósitos del Museo- como eje narrativo y estético en vez de mero soporte para una narración pensada de antemano. De ahí se derivan otras: el aferrarse de manera constante a la voz en off de los testimonios de los soldados, que sin embargo nunca aparecen frente a cámara ni son identificados; la utilización del coloreado para las filmaciones e imágenes de las trincheras y el campo de batalla, contrastándolas con el blanco y negro que corresponden al antes y después de la guerra, con el cobijo del hogar británico; y hasta el uso puntual de ilustraciones de revistas para darle carnadura a las secuencias de guerra.
El resultado es un dispositivo fílmico que, a partir de experiencias particulares –permitiéndose, por una cuestión de ajuste temporal, dejar afuera, por ejemplo, lo que les pasó a soldados de otras nacionalidades-, consigue trazar implicancias generales de lo que significó la Primera Guerra Mundial. Lo que vemos es a un colectivo marcado por la juventud, el patriotismo, el sentido de pertenencia y hasta cierta inconsciencia que fue partícipe de una cadena de eventos que lo superaba por completo. La brutalidad no se ve a fondo pero se intuye desde la evocación, y eso no deja de ser una forma de vivencia, a la vez que una construcción que está dada más por la memoria corporal y el anecdotario puntual que por la enumeración lineal de acontecimientos. Eso tiene como contrapartida un distanciamiento que lleva a que la película rara vez conmueva, por más que posea hallazgos formales y narrativos de diversos tipos.
Lo que no puede negarse de Jamás llegarán a viejos es que se constituye como mecanismo de reconstrucción y puesta en imagen no solo de lo explícito, de esa destrucción que tuvo múltiples niveles y que afectó a una gran cantidad de países, sino también de lo que se olvidó o silenció. El gran mérito de Jackson y su documental es encontrar una vía válida y atrayente -para nada didáctica o sentenciosa- para darle voz a una generación que pagó toda clase de costos, fue dejada de lado y aún hoy, desde sus tumbas, buscan una empatía con lo que vivieron, alguien que los escuche y les otorgue su lugar apropiado en el relato histórico.