Jason Bourne vuelve a presentarnos a Matt Damon en el clásico papel de la saga, ahora ganándose la vida en peleas callejeras. Un exilio del que sale cuando se entera de un dato oculto de su padre y de que el nuevo jefe de la CIA está intentando eliminarlo. Sin la originalidad de la trama de la trilogía predecesora, esta cuarta película se hace fuerte en las escenas de acción, en el manejo del suspenso y en la calidad actoral de un elenco perfecto. El director Paul Greengrass hace gala de su pericia a la hora de colocar la cámara en planos cargados de movimiento, para acentuar la adrenalina del espectador. Por eso el montaje y la puesta del filme es excelente. Matt Damon logra un Bourne más maduro pero igual de frío y contundente que siempre. Tommy Lee Jones se vale de sus gestos más repulsivos para encarnar al desagradable jefe de la Agencia y el francés Vincent Cassel luce sanguinario y peligroso como el villano de turno. La película entretiene, es directa y rescata un género y una franquicia que aún tiene mucho por ofrecer.