Un antihéroe cercano
Este regreso de Jason Bourne viene con dos cartas ganadoras: Matt Damon vuelve al papel protagónico y detrás de cámara está Paul Greengrass, el director de "La supremacía Bourne" (2004) y "Bourne ultimátum" (2007). Después de la fallida "El legado Bourne" (de Tony Gilroy, con Jeremy Renner), la quinta parte de la saga llega para cerrar cuentas pendientes. Esta vez el agente de la CIA descarriado está escondido en el anonimato. Pero una nueva pista lo pone en acción para recuperar una parte esencial de su pasado, mientras la agencia de inteligencia recurre a los métodos más sucios para tapar las viejas operaciones que dañaron la integridad de Bourne. El director elige una estética bien clásica, con una narración muy precisa que impone suspenso y acción en dosis justas. El ritmo de la película nunca decae, y hay dos pasajes puntuales de persecuciones que son un verdadero festín en la cámara de Greengrass. Además el reparto es un lujo: Tommy Lee Jones y Vincent Cassel componen a dos villanos que se hacen entender con apenas unos gestos, y Alicia Vikander demuestra por qué se está convirtiendo en una de las actrices más cotizadas de Hollywood. Otro punto a favor es que la película está inmersa en la realidad política y social que nos rodea, con un planteo que apunta a la paranoia y la vigilancia en plena era de redes sociales y venta de datos. En ese sentido, Jason Bourne aparece como un antihéroe de carne y hueso, que en su búsqueda deja al descubierto un mundo manipulador y despiadado. El punto débil de la película es un guión demasiado esquemático y sin sorpresas. La narración aquí es exclusivamente cinematográfica, demasiado dependiente de la técnica de montaje, pero en el fondo falta el apoyo de un guión más original y consistente.