Solo contra todos.
Como espectadores entrenados que inevitablemente asociamos las propagandas primermundistas con las manifestaciones del entretenimiento correspondiente, conocemos las intervenciones del mainstream para adulterarnos los simbolismos estadounidenses mediante personajes populares. En los ochenta y los noventa, los republicanos dedicados a combatir el terrorismo internacional se encontraban atravesando instancias meramente pasatistas (las estrategias reaccionarias de Jack Ryan simplemente respetaban las condiciones comerciales, aunque descuidaban las cuestiones intelectuales). Durante el siguiente recambio generacional, las películas sobre conspiraciones encontraron en el universo literario de Robert Ludlum a Jason Bourne, una alternativa que intensificaba semejantes propuestas y acumulaba los estereotipos necesarios para construir una franquicia que responda a las demandas del mercado.
El dramatismo del protagonista interpretado por Matt Damon condicionaba las intenciones de la historia (un asesino amnésico de la CIA que buscaba descubrir su verdadera identidad), aunque el tratamiento de Paul Greengrass para La Supremacía de Bourne, segunda entrega de la saga, implementaba tecnicismos que reinventaron el procedimiento del transcurrir argumental (un montaje que recortaba las secuencias para insertarle dinamismo al desarrollo). En Jason Bourne presenciamos el reencuentro entre Damon y Greengrass como productores principales, mientras que la partida del guionista Tony Gilroy permite una intervención de Greengrass para denunciar sus preocupaciones, emparentadas con el conflicto de Snowden, las operaciones encubiertas de la CIA y los sistemas de inteligencia que persiguen a las células terroristas (cuestiones también presentes en la injustamente menospreciada La Ciudad de las Tormentas).
Este episodio encuentra a Bourne transformado en un peleador clandestino que retoma sus investigaciones, luego de ser contactado por la desertora Nicky Parsons (Julia Stiles) para informarle que, mientras intentaba desmantelar diferentes operaciones encubiertas de la CIA, descubrió documentos encriptados con información relacionada a los programas Treadstone y Blackbriar, los cuales involucran al padre de Bourne. Paralelamente conocemos a Aaron Kalloor (Riz Ahmed), un empresario de las herramientas tecnológicas asociado a Robert Dewey (Tommy Lee Jones), el director de la CIA, quien pretende instaurar un mecanismo de vigilancia ejecutado por el gobierno mediante las redes sociales. Entretanto, los encargados de capturar a Bourne son la jefa de la división cibernética que interpreta Alicia Vikander y el sicario principal personificado por Vincent Cassel.
Jason Bourne se emparenta con las costumbres ideológicas del cineasta, conserva la eficacia del producto mediante los modismos de Damon y resalta los componentes que consagraron a la fórmula (la vigilancia controlada mediante monitoreos, el dinamismo de los enfrentamientos, los asesinos profesionales como antagonistas y las diferentes locaciones que constantemente modifican el escenario). Aunque no consigue posicionarse en la franquicia como la excelente Bourne: El Ultimátum, incluye secuencias espectaculares como la apertura durante una manifestación en Atenas y la persecución del desenlace en Las Vegas. Nuevamente la presencia de un Damon demoledor en pantalla, y los movimientos orquestados por Greengrass, consiguen diferenciar a Bourne como un producto sofisticado y sobresaliente entre tantos referentes hollywoodenses que defenestran al subgénero del espionaje.