EL CINE SE MUEVE
A Paul Greengrass le lleva unos diez minutos poner en movimiento a todos los personajes. Es como si no quisiera jugar con las expectativas del espectador y va enseguida a lo que importa: la acción trepidante cruzada con múltiples dosis de tensión y suspenso. Oda al movimiento constante, esta Jason Bourne es un justo regreso al universo del agente más hiperbólico que habita ese mundo conocido como cine. Y acá, en esta quinta entrega, el cine vuelve a moverse.
Jason Bourne es una justa mezcla entre Identidad desconocida y La supremacía de Bourne. Es decir, por un lado está el misterio que se va ensamblando de a poco y por otro lado las secuencias de acción notablemente ejecutadas. Es cierto, para ser una película mucho más imperecedera (es decir, la eterna Bourne: el ultimátum) a este film le falta un misterio mucho más complejo y más personajes multi-dimensionales orbitando alrededor del protagonista. Pero el guión es inteligente y hace el recorrido inverso que cualquier otra película realiza: el film arranca impactante, pero vacío, los conflictos se adivinan demasiado leves y precisa de esos golpes de adrenalina tan propios de Greengrass como para tener vida. Sin embargo, a medida que los personajes comienzan a incorporar dimensiones y un espíritu más reptil, Jason Bourne se va solidificando, hasta un final en el que con enorme sabiduría se nos deja con ganas de mucho más.
No es menor el tema del guión, obra de Greengrass y Christopher Rouse, encargado del montaje. El detalle está dado en que el director y el montajista son, dentro de una producción cinematográfica, los que se acercan al cine con una visión mucho más cercana a la matemática: el corte, la extensión de una secuencia, la unidad temática entre escenas. Si el cine es tiempo, son el director y el montajista los encargados de encontrar ese timing. Y Jason Bourne, como todas las películas de la saga dirigidas por el británico, son precisamente una exaltación del tiempo, también una reflexión sobre el mismo: el suspenso de muchas escenas (especialmente lo que sucede en la magistral secuencia de Londres) está construido alrededor de una lucha entre los cuerpos y los objetos, y las salvadas son en el último segundo. Alguna alquimia especial existe aquí, ya que el uso del montaje frenético y el sonido disruptivo son recursos que mayormente salen mal en el cine de acción contemporáneo. ¿Será que junto al dominio de la técnica el director le suma un interés especial por los personajes? Es posible, y la clave es Matt Damon.
Damon es un actor particular. No tiene una presencia singularmente atractiva para lo que es una película de acción, pero es cierto que cuando se acerca tanto al drama como a la comedia lo suyo es una apuesta corporal. Y es por eso que el pasaje a este tipo de películas resulta más fluido. Damon es un actor clásico, con una presencia de tipo común que deja de lado el divismo a lo Tom Cruise, la otra vertiente de interés dentro del género en el presente. Si Cruise apuesta por un tipo de acción que es puro artificio, Damon pone sus fichas en lo concentrado y en lo físico (si lo comparamos con alguien, podría ser con Harrison Ford). De ahí que su presencia se realce con la cámara de Greengrass, documentalista de la ficción, observador de lo concreto.
Como decíamos, Jason Bourne es una película que se mueve constantemente, pero que mueve también al cine hacia un lugar de espectacularidad sorpresiva y mueve al espectador en la butaca. Pero, además, está integrada por tres secuencias donde la movilidad de las masas es por un lado un elemento dramático clave y por el otro, una demostración de virtuosismo de Greengrass y su equipo: la enorme secuencia en Grecia, lo que sucede en Londres o el final en Las Vegas tienen como fondo una lucha constante entre lo público y lo privado (Bourne es perseguido por la CIA, ante un resto del mundo que desconoce lo que está pasando a su alrededor), lo que sucede en la superficie y lo que está tras bambalinas. En esa lucha, con cientos de extras movilizándose en escena, se adivina también la tesis fundamental de todo film de Bourne: el mundo se ha convertido en un lugar peligroso, terreno de cultivo para paranoias varias donde la tecnología se ha vuelto la más peligrosa herramienta para invadir la privacidad de las personas. Pero la mayoría lo desconoce. Greengrass tiene la habilidad para hablar del mundo, sin perder de vista el espectáculo. Ese es, al fin de cuentas, el mayor atractivo de esta saga fundamental, a la que esta quinta entrega le renueva el interés y nos permite soñar con nuevas aventuras.