Las trampas del destino
El director argentino Lisandro Alonso estrena su última película luego de una seguidilla de presentaciones triunfales en festivales alrededor del mundo. Alonso cuenta la historia del viaje introspectivo del Capitán Dinesen, un danés interpretado por Viggo Mortensen que se encuentra de pronto en la Patagonia Argentina en la época de la Conquista del Desierto. Una historia reflexiva y una aventura visual en lo que el mismo director ha catalogado como “dentro de un género indefinible”.
El principio es de librito, pero luego se vuelve la historia más inusual. Ingeborg, la hija de Dinesen, se enamora de un joven soldado y huye con él en una tierra peligrosa. Su padre entonces esquiva la supuesta ayuda del Teniente Pitaluga, un pervertido que mira más a su hija de lo que a él le gustaría. Sin embargo, no ha sido él quien le hace perderla. Un hombre sencillo perdido en un país que no comprende, guiado por el único deseo de encontrar a su hija y llevarla de vuelta a Dinamarca, un país civilizado. Cuanto más es que Dinesen se adentra en el desierto, más surreal se vuelve su experiencia.
Es una película que plantea preguntas pero no necesariamente las respuestas. Los espacios quedan vacíos para que el espectador llegue a sus propias conclusiones. Es más acertado tomarla en cuenta como una experiencia, no como una tesis sobre qué fue lo que falló en la vida de este hombre. El viaje por el desierto y los elementos que encuentra son totalmente introspectivos, y cada pista nos indica lo profundo de su verdadero anhelo: volver a encontrar a su hija. Quizá podríamos preguntarnos en un punto cuánto de esto es real, y cuánto ocurre sólo dentro de su cabeza; pero no es el punto si tenemos en cuenta la película como experiencia.
Los diálogos agregan complejidad al asunto más que aclarar, aunque vuelve la experiencia mucho más poética. En su viaje hacia adentro de sí mismo, cada palabra antes del viaje es susceptible de convertirse en una pista en su búsqueda. La experiencia gana en realismo por la completa falta de música y efectos de sonido asincrónicos, salvo por una breve excepción que se aprecia muchísimo más. Es increíble la cantidad de aire que un poco de música puede traer a una película, pero no solemos darnos cuenta hasta que no nos falta. Cada plano de la composición rompe por mucho la regla de los cuatro segundos. Todos duran al menos diez segundos, e incluso por momentos parece una galería de imágenes fijas.
De todos modos, lo estático de los planos se ve compensado por la belleza de las tomas. No sólo es una proeza visual donde incluso el estado del cielo habla sobre la introspección del viaje, sino que los planos siguen perfectamente las reglas de la composición y resulta delicioso de ver. Mortensen lleva sobre sus hombros el peso de ser el único actor en pantalla la mayor parte del tiempo. Es muy interesante cómo logra interpretar a un hombre que va perdiendo la dignidad y se va perdiendo a sí mismo por largo tiempo hasta que lo admite. Pero además lo logra sin verse jamás ridículo ni patético, y ese es un gran mérito para el actor.
Llena de elementos bizarros y surrealistas, donde cada detalle puede plantear cantidad de preguntas diferentes. Los planos se usan de manera inusual y puede resultar tedioso si estamos acostumbrados a las típicas tomas rápidas. Necesitamos hacer un esfuerzo para acostumbrar nuestros ojos y mantener la atención. Sin embargo, la belleza visual vale la pena. No traten de entender todo ni de llenar los espacios vacíos con respuesta. Simplemente disfruten de la belleza de la obra de arte como lo harían con un poema o un cuadro, sin cuestionar demasiado. Cada vez que volvamos a verla encontraremos cosas nuevas. Pero si buscás la típica historia en tres actos con todos los cabos cerraditos, esta no es para vos. Una obra de arte para un público selecto.
Agustina Tajtelbaum