Otra dimensión
Estamos en una tierra mitológica, primitiva, grandiosa. El Capitán Dinesen y su bella hija Ingeborg acaban de desembarcar. Las imágenes son literalmente espléndidas: el formato cuadrado sin esquinas abre la ventana a un mundo fantástico. La película pierde superficie y gana profundidad. La magistral secuencia de apertura instala la evidencia panteísta de una porción del paraíso. Alonso se reinventa y avanza sobre un paisaje límite sin renunciar a nada. Jauja transmite una placentera ausencia de certezas, un deseo de aventura, el encanto de un nuevo viaje sensorial por la naturaleza salvaje.
En su primera parte, la película entabla un interesante diálogo con el teatro mediante extraños sainetes. En una suerte de cine de estudio a cielo abierto, Dinesen conversa con su hija. Algunos personajes cobran vida a la orilla de una playa. La sorprendente luz expresionista evidencia los artificios del cine. Ingeborg se enamora de un joven que forma parte del pequeño grupo de su padre. Una mañana, el capitán se despierta solo. Entonces Alonso agrega un segundo movimiento: la persecución. Dinesen se lanza a la búsqueda desesperada de los amantes. La teatralidad estática del inicio deja lugar a una proyección de los cuerpos en espacios de probada materialidad. Las trayectorias hacia los confines del mundo, donde se funden el espacio y el tiempo, son acompañadas por cautivantes panorámicas. El relato es novedoso pero la forma del cine de Alonso permanece inalterable. Una trayectoria geográfica y un propósito: remontar un río, un curso, una pendiente.
El capitán Dinesen se disuelve en el espacio. Su hija desaparece en el paisaje. Lo real y lo imaginario son dos caras del mismo mundo. Una perfecta simbiosis entre lo verdadero y lo legendario, entre la historia y el sueño. Viggo Mortensen luce magnífico y perfectamente integrado al genial universo de Lisandro Alonso. La configuración inusual del cineasta encuentra la manera de registrar al actor en un marco salvaje de interminables profundidades. El resultado es tan bello como enigmático. La irrupción del presente nos transporta hacia otra dimensión en la que las vivencias y los sueños se funden con la poética interior del cineasta. El último plano deja una puerta abierta, un horizonte infinito, un epílogo misterioso: la imaginación como esencia del cine.