Aventuras en el desierto pampeano
Jauja (2014) es la película más locuaz, narrativa y teatral de Lisandro Alonso. Esa es sólo una observación. El cambio de paradigma se debe probablemente a la presencia de Viggo Mortensen, quien imbuye un poco de “star power” a la co-producción argentino-danesa-francesa-mexicana-norteamericana-alemana-brasilera-holandesa.
Este es el quinto largometraje de Lisandro Alonso. Sus películas destierran a sus protagonistas a destinos recónditos, donde el entorno les envuelve y les consume en silencio. Tenemos al hachero Misael en el bosque pampeano en La libertad (2001), y al ex convicto Vargas en los pantanos selváticos de Corrientes en Los muertos (2004). Ambos se reúnen en Fantasma (2006) para ir al cine. En Liverpool (2008), el marinero Farrel se adentra en la tundra helada de Ushuaia.
Ahora tenemos Jauja, en la que el Capitán Dinesen (Mortensen) se aventura en el desierto pampeano a la búsqueda de su hija desaparecida (Viilbjørk Malling Agger), quien se despide diciendo “el desierto me envuelve y me penetra”. Es la primera vez que Alonso ancla la historia no sólo en un espacio específico sino en un tiempo (y contexto histórico) particular: el año es 1882, y Dinesen es parte de la funesta Conquista del Desierto.
Así que tenemos a un protagonista claramente definido cuyas acciones son guiadas por una motivación de frente – de ahí la inusual “narratividad” de la cinta. Dinesen cabalga desierto adentro buscando a su hija. No sólo se ha fugado con un soldado del destacamento, sino que peligra de encontrarse con los “cabezas de coco” o con un tal desertor llamado Zuloaga, una figura kurtziana que el guión nunca desarrolla del todo.
En el camino abundan los cadáveres y los extraños y los cadáveres de los extraños. El trabajo de cámara es familiar –extensos planos secuencia que exceden el drama o la “utilidad” de la escena, encuadres estáticos sin ningún tipo de movimiento de cámara y una fotografía preciosa que presenta la sublime inmensidad de la naturaleza y el patetismo del hombre perdido en ella. Los personajes visten con intensos colores primarios que le dan un virado surreal a las escenas.
La película nos remite a “westerns ácidos” de culto como El topo (1970), en los que el desierto es un escenario absurdo poblado por locura. No hay demasiadas peripecias, sólo mucho cabalgar, caminar y observar de lejos mientras el tiempo se cristaliza en las imágenes. El final de la película convierte el viaje de Dinesen en una especie de peregrinaje del que mucho no se entiende, sobre todo a luz del extraño epílogo de la película. ¿Alguien vio Simón del desierto (1965), de Luis Buñuel? Ténganla en cuenta.
Jauja es y no es la típica película de Lisandro Alonso. Estéticamente, es la sucesión lógica de sus películas previas. Ideológicamente hay algo más esta vez. Estilísticamente también, aunque nos encontramos con la presencia de Mortensen, ostensiblemente el primer actor profesional en agraciar el cine de Alonso. Ideológicamente hay algo más, aunque el enigma parece estar diseñado principalmente para confundir.