La revolución empieza bailando
Con Jeannette, la infancia de Juana de Arco (Jeannette, l'enfance de Jeanne d'Arc, 2017), el impredecible Bruno Dumont continua su nueva etapa cinematográfica empezada con La Bahía (Ma Loute,2016). Protagonizado por dos jóvenes actrices sin historial en el cine, la película es un musical despojado de toda rigurosidad estilista americana y no tiene problema de reírse de sí misma.
Le sienta bien al realizador de Entre la fe y la pasión (Hadewijch, 2009), Flandres (2006) este nuevo ciclo en su carrera. A continuación de Fuera de Satán (Hors Satán, 2011), y tras dos creaciones menores, (Camille Claudel, 1915, y un breve paso por la tv, la miniserie El pequeño Quinquin), Bruno Dumont inició un proceso de reinauguración artística viraje que lo hace pasar del drama a la comedia irónica.
Hablamos sobre todo de un cambio de género cinematográfico. Algo parecido a la Bahía sucede en Jeannette. Ahora las ironías no están cargadas hacia la ley (cómo olvidar aquel simpático oficial torpe y gordito) o la clase alta (la abobada risa burgués de Juliette Binochete aún resuena), esta vez vuelve a tocarle a la religión, como ya sucedió en Harweich, ahora planteada desde el humor, y no al estilo Robert Bresson con Mouchette (1964).
Estas temáticas son recurrentes a lo largo de su obra conjunta. El musical es el cuerpo extraño alojado en el film. Pero no es cualquier musical. Con Jeannette, la infancia de Juana de Arco el cineasta francés dibuja una entera ridiculización a los códigos y métodos de los musicales americanos. Personajes que corren y saltan descaradamente van de aquí para allá sin directrices. También hay cantos fuera de tono y hasta dos monjas bailarinas que no sólo utilizan métodos poco ortodoxos, se aseguran de que nada salga prolijo. En esta Francia rural del 1400 broadway está muy lejos.
Incluso lo satírico provoca un sacudón a la perspectiva histórica. ¿Desde cuando Juana de arco cantaba? El realizador se atreve a bajar del altar histórico a la libertadora francesa para llevarla al mundo del canto y la danza. Caben pocas dudas, Dumont es un fuera de serie viviendo en nuestros tiempos. A pesar del viraje histórico, si no se le prestase atención a lo que sucede alrededor, las letras de las canciones invitan a reflexionar sobre la religión y su carácter pragmático. El realizador no puede ni parece querer olvidar ese rasgo, que resume la ontología de su cine.
Las actrices responden con holgura a la mecánica del realizador francés. Dos chicas interpretan a Juana niña y otra más grande. Nuevamente Dumont se vale de pocos lugares para filmar. Apenas un exterior que domina la escena, y un interior complementario. Nada más. Entre ríos, plantas y ovejas vemos asomar a la mujer que desde chica se preocupaba por la libertar de Orleans.
Se recibe con brazos abiertos la innovación del autor galo, quien nunca se preocupó por seguir las convencionalidades academicistas del cine francés, sus películas siempre transitaron por los márgenes. Ahora era el turno de justificar que también podía ir por la vereda de enfrente del americano.