Autor muy relevante del cine contemporáneo, Bruno Dumont tiene en la espiritualidad la columna vertebral de su filmografía: culpas, pecados, redenciones, devociones, llamados y respuestas de orden divino no han faltado en la mayor parte de su obra. Y si bien su carrera tuvo desde el principio un tono extraño -en su ópera prima La vida de Jesús la repetición del ruido de la moto tensaba la seriedad del film-, la irrupción del humor -o de sus intentos- es más bien reciente en sus películas. En Jeannette: la infancia de Juana de Arco hay posibilidades de reírse ante unas monjas que se presentan como dúo canoro bailarín, o con/del tío de Juana de la parte final. Estas escenas de Juana de niña y de adolescente (destacable fotogenia de Jeanne Voisin) se basan, en sus palabras, en la obra de Charles Péguy. Catolicismo, caridad, diálogos que se dirigen hacia la divinidad se suceden en este musical posclásico y posmoderno que hace de la deformidad y la precariedad algo así como un estilo.
Canciones toscas, con heavy metal y hip hop y otras casi amorfas; escenarios y luz naturales para Juana y su amiga y otros -pocos- personajes y un montón de ovejas; y la sensación de que Dumont hizo, más que una película con riqueza y solidez, un experimento gestual, cuyo poder de fascinación es -a juzgar por las reacciones que ha provocado desde su estreno, en Cannes 2017-