El cine, como cualquier otra de las disciplinas del arte, puede ser un inagotable territorio de experimentación y cuando eso sucede, los cinéfilos solemos estar de parabienes. Siempre es una bocanada de aire fresco ver que aparecen nuevos directores o que directores ya consagrados deciden romper el molde y generar una propuesta disruptiva, que rompa con todas las estructuras y los cánones preestablecidos.
En su momento Lars Von Trier propuso con su Dogma, una manera de redefinir el cine y hay otros ejemplos dentro de los directores contemporáneos que nos han sorprendido con sus propuestas como el cine de Peter Greenaway, Darren Aronofsky, Derek Jarman y sin ir más lejos, pudo verse en el último BAFICI, “Green Fog” el último experimento cinéfilo de Guy Maddin realmente hipnótico y altamente creativo.
Mostrar algo completamente diferente, pensando en una mirada vanguardista, novedosa y desestructurada generará, casi inevitablemente, un conjunto de fanáticos, “adoradores” y seguidores incondicionales y, en la otra orilla, estarán sus eufóricos detractores. Bruno Dumont –director de “La vida de Jesús” “La humanidad” y de la miniserie “P’tit Quinquin”- toma todos los riesgos posibles y se inmola para presentar una idea completamente diferente sobre la vida de Juana de Arco, contando su infancia y su adolescencia, terreno poco explorado por el cine.
Pero no elige cualquier personaje al azar: elige un personaje completamente icónico para la historia de Francia, estandarte de su nacionalismo, cuya historia ya fue contada por otros directores nada menos que de la talla de Bresson, Rivette, Preminger o Luc Besson.
Tampoco elige llevar a la pantalla cualquier texto, sino que la voz elegida es la de Charles Péguy en “El misterio de la caridad de Juana de Arco” y la elección recae, por sobre todo, en que el autor le imprime esa mirada de héroe socialista, desafiante de la autoridad y solamente regida por la inspiración, la caridad y la santidad que le viene de Dios que tanto le seduce a Dumont.
Para que la propuesta sea verdaderamente un desafío, la historia es contada al ritmo de un musical, convirtiendo los textos de Péguy en una ópera-rock protagonizada por una Juana de 8 años –momento en el que el llamado de la vocación se hace presente- y durante la segunda parte, por una Juana adolescente.
Creyeron que era todo? Se equivocaron. Cuando hablamos de musical, olvidémonos por completo de la estructura de musical clásico o de canciones pegadizas para salir del cine bailando o para zapatear al ritmo de los estribillos sentados en la butaca.
Nada de eso sucede en “Jeannette, la infancia de Juana de Arco”. Porque no solamente el planteo del género musical es lo arriesgado de la idea sino que lo verdaderamente risquée es que mientras la niña elige un tono entre cantado y recitado para abordar las canciones, la música está completamente falta de melodía y falla –ex profeso- la armonía entre letra y música.
Para conformar un cocktail verdaderamente rupturista, la revelación de su vocación, la devoción y su confusión propia del llamado divino, se narra mezclando hip hop, punk, rap y música metalera que bien merece ser acompañada con un violento batido de cabellera, sacudiendo la cabeza como no puede faltar en un verdadero concierto de rock.
Jeannette niña canta en vivo y con algunos momentos a capella, mientras corre por la pradera junto a sus ovejas, con su espíritu de niña campesina, heroica y activa, y a Dumont no le importa nada si ella y sus amiguitas desafinan estridentemente o si no logran ni por lejos una perfecta coreografía en los cuadros de baile.
No le importa si todo el mundo se da cuenta que están leyendo la letra como si estuviesen en un karaoke o si la escena finalmente queda más parecida a un acto escolar que a una película francesa de autor: todo vale a la hora de experimentar y mostrar un formato novedoso y desacartonado. Para algunos, ha llegado el momento de descubrir una obra maestra, un exquisito salto al vacío con una narrativa diferente. Para otros, y me enrolo indudablemente en esta lista, la experiencia tiene ribetes insoportables.
Primeramente porque todo parece calculado para convertirla casi inmediatamente en una película de culto y hasta lo que parece riesgo estético tiene un reverso de precisión en la búsqueda de que cada uno los detalles conformen a ojos de todos, un verdadero producto –con todo el peso que la palabra producto implica- denodadamente vanguardista.
La mezcla de coreografías escolares, notas en falsete y desafinaciones a granel, se conjugan con un vasto elenco de no actores que parecen estar leyendo la letra del guion en ese mismo instante, que no saben pararse frente a la cámara y no nos queda claro si las intenciones de lo rupturista llegan a que el caos invada la pantalla de modo tal que todo termine pareciéndose a un sketch de un programa de Capusotto.
Hay secundarios simpáticos –dos monjas mellizas/desdobladas, las Gervaise, que cantan e improvisan en el médano una coreografía sincronizada- pero otros altamente molestos como el personaje de tío que aparece durante todo el segundo acto (donde ya podemos disfrutar a una Jeannette adolescente que entona muchísimo mejor que la pequeña), que rapea los textos sin la menor gracia y con una falta natural de talento actoral que hace que el recurso pase de bizarro, a tedioso y molesto.
“Jeannette” que como un experimento en donde el exacerbado interés por demostrarse fuera de todo parámetro hace que el resultado sea un híbrido, una experiencia más para complacer egocéntricamente al narcisismo del director que para llevar su obra a un público que sería dificil –por no decir casi imposible- de definir.