Mera repetición de lugares comunes.
Estrenadas en 2001 y 2003, las primeras Jeepers Creepers no revolucionaron el cine de terror ni marcaron una huella importante en su historia, pero al menos se destacaron por sobre la media al inscribirse dentro del género sin el espíritu entre irónico y metadiscursivo de moda en aquellos años post Scream. Cuando todos tendían a evidenciar los mecanismos narrativos habituales del cine de los sustos y los gritos para tomárselos en sorna, el director Víctor Salva apostó por dos películas de terror “en serio”. Dos jóvenes en un lugar desconocido, una entidad misteriosa que los acecha y de la que, en principio, no se sabe nada, y la lucha básica por la supervivencia funcionaban como herramientas gastadas aunque de imperecedera nobleza. Sobre esa misma base de respeto y convencionalismos se construye una tercera parte que prácticamente calca la parábola argumental de sus predecesoras centrándose en un nuevo regreso del monstruo con apetito de hombres y mujeres con olor a miedo. La diferencia es que las otras dos eran buenas y ésta... no.
Alejada del modelo de road movie setentosa de la 1 y la 2, El regreso abraza todos los lugares comunes del cine de terror clase B que se estrena semana tras semana en la cartelera, ése que prodiga títulos con referencias al Diablo y lo paranormal aun cuando éstos brillen por su ausencia, incluido el de un diseño producción que no logra suplir falencias presupuestas con ideas de puesta en escena. Un policía negro igualito al Morgan Freeman de los ‘90 que parece locutar documentales espiritistas antes que actuar, un comisario gordo que no cree en nada hasta que empieza a creer, una anciana con los ojos blancos que habla con el fantasma de su hijo muerto y guarda una mano del bicho dotada de “poderes” de clarividencia, el buenazo del vendedor del pueblo flirteando con la nieta bonita: el guión de Salva acumula personajes poco desarrollados y situaciones resueltas a puro CGI bastante berretón. Difícil asustarse en un contexto donde, además, Creeper tiene hasta una súper camioneta fortificada que envidiaría más de un marine norteamericano.
El principal problema de Jeepers Creepers: El regreso no es que en las dos anteriores se haya contado prácticamente todo, sino que los protagonistas lo saben: que este bicho con alas y máscara berreta aparece cada 23 años durante 23 días, que es prácticamente imbatible, que la solución más segura es esconderse y que al final, pase lo que pase, seguirá vivo. Lo que no saben es quién es ni por qué hace lo que hace. Y nunca lo sabrán, convirtiéndolo en un villano sin motivación y, por lo tanto, de escaso atractivo para la platea. Lo único que importa aquí es el periplo centrado en el intento de resistencia de la pequeña comunidad del medio oeste norteamericano acechada. De este lado de la pantalla, sólo queda ver a cuántos es capaz de cargarse antes de someterse a un exilio voluntario que seguramente interrumpirá dentro de poco tiempo, cuando una nueva e inevitable secuela le ofrezca en bandeja una panzada de humanos como almuerzo.