Terror venido a menos
"Cada 23 primaveras, durante 23 días, sale a comer. Eso es lo que sabemos". La tercera entrega de la saga escrita y dirigida por Victor Salva -autor de una de las grandes películas de culto ochentoso sobre payasos y psicópatas como fue Clownhouse (1989)- es tal vez la que sella su definitivo declive. Sin ser obras maestras ni mucho menos, las dos primeras Jeepers Creepers -la primera más sombría, la segunda más descontrolada- tenían ingenio y astucia en la resolución de las secuencias, y bastante sentido del humor.
No queda demasiado de todo aquello en esta nueva aventura de la criatura del sombrero y el hacha que deambula en su camioneta indestructible para cazar desprevenidos y miedosos, y alimentarse de ellos. Tampoco queda mucho de la destreza de Salva ni de la vasta cinefilia (Spielberg, Carpenter) de la que había hecho gala en su anterior filmografía.
Quizás el único mérito de esta Jeepers Creepers -ni siquiera aparece la pegadiza canción a la que la película le cambió el sentido para siempre- sea el interrogante alrededor de la identidad del monstruoso cazador. ¿Quién es verdaderamente? ¿Qué secretos guardan sus partes perdidas y encontradas por los habitantes de ese pueblo asediado? Consciente del atractivo de esa mitología creada, Salva le brinda protagonismo al interior de la peculiar camioneta al igual que al impulso femenino, llave de la resistencia contra los embates de ese intrépido y persistente mal.