Equívoco conceptual o negligencia en la distribución, o una mezcla de ambas quizás sea lo que llevó a los responsables de las salas comerciales a estrenar Jeepers Creepers: la reencarnación del demonio, secuela innecesaria de la película de terror de 2001 producida por Francis Ford Coppola que se sumó, en aquel entonces, al auge del subgénero de leyendas urbanas, entregando un villano prometedor: The Creeper.
Dirigida por Timo Vuorensola, esta cuarta entrega del monstruo con alas que se viste como espantapájaros y que vuelve cada 23 primaveras para matar durante 23 días y luego desaparecer con su camión oxidado es, a las claras, una película de terror de bajo presupuesto que pertenece al tipo de películas que van directo al video, ya que están hechas para ser vistas por adolescentes en un pijama party o para ser reproducidas de fondo en una fiesta cosplay.
Y el destino de esta nueva Jeepers Creepers es el video porque es de esas películas con las que el espectador se ríe por lo berretas que son los efectos especiales, lo malas que son las actuaciones y por la poca importancia que se le da al guion, que, de vez en cuando, tiene la decencia de hacer algún guiño a películas icónicas del género y de incorporar alguna que otra idea más o menos aceptable.
El prólogo de Jeepers Creepers: la reencarnación del demonio es un risueño homenaje a Duelo a muerte (1971), la película del camión de Steven Spielberg. Los primeros minutos tienen un suspenso ligeramente logrado y están protagonizados nada menos que por Dee Wallace, la actriz de grandes películas del género como Aullidos (1981), Cujo (1983) y Critters (1986), entre otras.
La película de Vuorensola tiene la virtud de cumplir con los principales requisitos de las malas películas de terror, desde la incoherencia lógica de la trama hasta la inverosimilitud de las actuaciones, pasando por los deficientes efectos especiales y las poco ingeniosas vueltas de tuerca.
Laine (Sydney Craven) viaja con su novio Chase (Imran Adams) a un lugar sorpresa al que él la lleva para pedirle matrimonio. Chase es fanático del Creeper (Jarreau Benjamin), esa monstruosa leyenda urbana de la zona. Ya sea mito o verdad escondida, Laine no cree nada de lo que Chase le cuenta acerca del Creeper, hasta que llegan al hotel del lugar y él la invita a una fiesta.
Mientras tanto, Laine empieza a tener premoniciones de un ritual satánico que la tiene como víctima. Ella está embarazada y aún no se lo dijo a Chase. Aparentemente, el Creeper quiere a su hijo para prolongar su vida, o algo así. El hecho de que no se entienda el motivo del monstruo es parte del sinsentido de este tipo de películas.
Sin embargo, lo verdaderamente malo de esta Jeepers Creepers es que fomenta el entusiasmo por la fiesta temática antes que por el cine. El director cree que saber apreciar el terror es llevar puesta la mejor remera del género, la que tenga estampada un personaje de culto o la película más rara, sin darse cuenta de que con eso no hacemos nada.