Jeepers Creepers: la reencarnación del demonio es la cuarta de esta franquicia encabezada por el personaje del título, un monstruo que asesina gente cada veintitrés años durante veintitrés días. Está dirigida por Timo Vuorensola y protagonizada por Sydney Craven, Imran Adams, Peter Brooke, Ocean Navarro y Jarreau Benjamin, entre otros.
La historia se centra en Laine (Craven), una joven que viaja con su novio a un festival de fanáticos del cine de terror en Louisiana. A la que también asiste este asesino serial monstruoso, que al haberse convertido en leyenda urbana pasa desapercibido entre los participantes disfrazados de otros personajes. Pero lo que podría haber funcionado, con una idea efectiva demostrada en Hell Fest: juegos diabólicos, pega una vuelta de tuerca innecesaria con sus protagonistas, asistiendo junto a otros personajes a una mansión abandonada donde se convierten en presas aún más fáciles de capturar.
El principal problema de esta película se encuentra en que no respeta la regla que hace funcionar el género, que consiste en mostrar lo justo y necesario al monstruo. Porque no solo resta el misterio, sino que el espectador puede ver en todo momento a Jarreau Benjamin, actor detrás de la máscara, desaprovechando así el muy buen trabajo de efectos visuales en la construcción de un personaje inverosímil.
A lo que se suma la falta de química entre su pareja protagónica, formada por este joven fanático del terror, que recuerda a los espectadores las reglas de su universo diegético, y esta mujer que lo refuta constantemente, a pesar de sus extrañas visiones. Así como tampoco resultan interesantes los personajes secundarios, que se limitan únicamente a cumplir su función de víctimas por su escaso desarrollo.
En conclusión, Jeepers Creepers es una película que no funciona, debido a una serie de malas decisiones de puesta en escena. Desaprovechando así una idea efectiva, que deja una gran cantidad de cabos sueltos que no invitan a ser atados por el espectador.