Buenos muchachos de Jersey
Historias sobre bandas musicales hay muchas. En todas hay celos, envidias, desengaños, alguna tragedia. La mayoría trata sobre jóvenes que buscan escapar de una dura realidad, conquistar chicas, hacer dinero. Esta historia no es la excepción, pero cuenta con algo muy importante y que hace la diferencia: Clint Eastwood como director.
En el inicio conocemos a Tommy De Vito, quien mirando a cámara -recurso que será habilmente utilizado a lo largo del filme- nos introduce en la historia y sus personajes. Allí está Gyp DeCarlo, "Padrino" del lugar a quien todos respetan y temen por igual. Bajo su ala está el propio Tommy y el aún adolescente Frank, ayudante en la peluquería del barrio.
Todo comienza en un vecindario de clase trabajadora en Newark, Nueva Jersey, un lugar del que según Tommy solo se puede salir enrolándose en el ejército -y terminar muerto-, uniéndose a la mafia -y terminar muerto-, o siendo famoso. Está última opción es la elegida por Tommy y Frankie, quienes junto a Nick Massi comienzan a sentar las bases de lo que luego serán los Four Seasons, pero para eso deberán pasar un par de años hasta que conozcan al compositor Bob Gaudio, con el que acabarán formando el exitoso cuarteto vocal.
Son los años cincuentas, y Frankie Valli - todavía Valley- se perfila como gran cantante, dueño de una voz particular y calma presencia en escena que contrasta con la intimidante -y mayormente grosera- personalidad de DeVito. Hacia finales de la década, y luego de muchas pruebas el ya asentado cuarteto accede a grabar sus propias canciones. El éxito llega y con él, el dinero y los problemas.
Si bien no es un musical, hay lugar para un buen puñado de hits como "Sherry", "Walk like a Man" y la inoxidable "Can´t Take My Eyes Off You", entre otras canciones que activarán la nostalgia en más de uno.
Clint Eastwood ha demostrado ser eficaz en la dirección de melodramas, filmes de acción, documentales; también sabe cómo ser políticamente incorrecto y a esta altura cierto es que no tiene que andar demostrando su talento. Por eso este trabajo es tan particular, porque el viejo Clint decide echar mano a su experiencia y demostrar que menos puede ser más. Decide contenerse y evitar la sordidez, los golpes bajos, el regodeo en la tragedia personal de cada uno de los protagonistas y apuntalar un relato amable, luminoso y festivo, donde la única aspereza está en la excelente fotografía del filme. La dirección artística es sobresaliente, la reconstrucción de época notable.
Eastwood construye un filme clásico, de esos que ya no se hacen, donde el público puede salir tarareando una melodía y reconfortado luego de ver una película, ni más ni menos. Y eso es un lujo que solo los grandes pueden darse en los tiempos que corren.