Década del 60. Los Four Seasons graban "Sherry" y se ubican al tope de los charts de los Estados Unidos. Y Clint Eastwood protagoniza en la cadena televisiva CBS la serie La ley del revólver, un recordado western que aparece en apenas un instante, a manera de autohomenaje y evocación nostálgica, en Jersey Boys, la nueva película de este prolífico y venerado artista de 84 años nacido en San Francisco.
Basada en el exitoso musical homónimo, que se mantiene aún en la cartelera de Broadway y ganó cuatro premios Tony, la película ha sido recibida por la crítica de su país con moderado entusiasmo. Y la recaudación de su primer fin de semana en cuartel -donde quedó cuarta- no fue la esperada. El proyecto nació casi de casualidad: Eastwood pretendía filmar una remake de Nace una estrella (1954), con Beyoncé como protagonista, pero la agenda de la cantante no permitió que avanzara. Aún así, continuó con la idea de una película que consolidara su estrecha relación con la música: Eastwood suele intervenir en las bandas sonoras de sus films y pergeñó Bird, film dedicado al genial saxofonista Charlie Parker.
El protagonista de Jersey Boys es Frankie Valli, un cantante de voz llamativamente aguda que era la figura principal de los muy populares The Four Seasons, incursionó en la música disco en los 70 y hoy, con 80 años y sordo luego de una operación fallida, todavía hace algunas presentaciones.
Eastwood convocó para el papel a John Lloyd Young, el mismo artista que encarnó a Valli en el musical de Broadway y que en la película lleva a cabo un notable trabajo, dotando de sensualidad y carisma a ese vocalista singular, acosado por los problemas familiares y vinculado directamente con la mafia. Igual de ajustado está Christopher Walken, que construye con economía y rigor un capomafia sensible y muy gracioso.
Con el Scorsese de Buenos muchachos como inspiración en más de un pasaje, alternando la narración en off entre distintos personajes -con el recurso de la mirada a cámara que es característico de la serie House Of Cards- y con un brillante trabajo de ambientación, Eastwood consigue transmitir con eficacia el espíritu de una época a través de su propia perspectiva del funcionamiento de una industria musical emergente y frívola.
Y, de paso, rinde pleitesía al musical con un film que, aún con algunas notas amargas, asume un espíritu celebratorio muy bien sintetizado en la vivaz coreografía de la secuencia final.