Los muchachos de antes
En un mundo en el que los Beatles y los Rolling Stones son el centro del canon del rock, ¿quién tiene tiempo para los Four Seasons? Su canción más famosa es “Can’t Take My Eyes Off You” y probablemente no sabían que ellos la compusieron. Sus famosos tres hits contiguos “Sherry”, “Big Girls Don’t Cry” y “Walk Like a Man” se han convertido en atajos musicales para subrayar la década de los ‘60s en el imaginario cinematográfico. Capturaron el espíritu de una época, ¿pero la trascendieron?
La película Jersey Boys: Persiguiendo la música (Jersey Boys, 2014), basada en un homónimo musical de Broadway, retrata al grupo de rock de los ‘60s Four Seasons. Muchas biopics musicales se parecen tanto entre sí porque cuentan la misma premisa: por qué tal o cual banda es la más importante en la historia de su género, y qué repercusión social han arrastrado hasta el día de hoy. Aparte de ser una premisa engañosa, es aburrida. Pero Jersey Boys: Persiguiendo la música no pregona ese relato. No es la historia de cuan importantes son los Four Seasons, es la historia de cuatro muchachos que escaparon la mala muerte a través de la fama.
La historia comienza en la cordialmente criminal New Jersey, de donde sólo se escapa “a través del ejército, de la mafia o de la fama, y en dos de tres casos terminas muerto”. Se nos presenta a los integrantes de la banda, el sensible Frankie Valli (John Lloyd Young), el volátil Tommy DeVito (Vincent Piazza) y el “Ringo” Nick Massi (Michael Lomenda), que viven entrando y saliendo de cárcel por delitos menores y cuando no, tocan en antros nocturnos. El angelical falsete de Valli hace llorar al capo mafioso DeCarlo (el impecable Christopher Walken) y se ganan su protección a lo largo de la película, lo cual confirma que todo talento musical salido de Jersey se ha rozado aunque sea tangencialmente con la mafia.
Se les une un cuarto integrante, Bob Gaudio (Erich Bergen), el único tipo que no es de barrio ni tiene un record criminal. Valli reconoce su talento y lo quiere en la banda. Tommy cree en el elitismo criminal y no confía en los de afuera. Las propuestas de Gaudio los van alejando de sus raíces barriales hacia otro tipo de reconocimiento. Massi acalla y puede explotar en cualquier momento. Las turbulentas relaciones entre ellos forman y guían el corazón de la película, que utiliza el recurso narrativo directamente sacado de Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) de romper la cuarta pared con protagonistas que hablan a cámara y dan su perspectiva personal sobre los eventos que se narran. Cada uno de los cuatro tiene su momento en las candilejas.
El gran logro de la película es el logro de Buenos Muchachos: hace del espectador “uno de los suyos”. No cuenta grandes verdades, cuenta la mirada íntima y personal de cuatro muchachos que se encuentran en medio de un balance discursivo entre sus orígenes y su punto de llegada. La distancia entre ambos es larga, lo cual no es necesariamente un cumplido. Jersey Boys: Persiguiendo la música intenta abarcar mucho, quizás demasiado – conflictos subsidiarios como la relación entre Valli y su hija, o con su segunda esposa, no cuajan del todo en el argumento del film. La película no es “demasiado larga” por mucho, pero el exceso pesa hacia la última media hora, quizás por la naturaleza reiterativa de muchos de sus conflictos. También la película abusa un poco de los momentos milagrosos en los que la banda recibe una señal divina sobre cómo apodarse o qué título poner a su próximo hit. Ciertos o no, carecen de verosimilitud.
El director es Clint Eastwood, un hombre cuya relevancia como realizador ha sido inconstante en los últimos años. Invictus (2009) y J. Edgar (2011) son biopics competentes que no parecen venir de un lugar demasiado personal o apremiante, y en cierto punto alienan al espectador de la figura que retratan. Jersey Boys: Persiguiendo la música no es una de sus grandes películas, pero logra con lujo de dirección y actuación aquello que quiere contarnos, y más importante, convida al espectador el conflicto y la emoción de sus protagonistas.