Eastwood en su prolongado esplendor
Aclaración: acá a Jersey Boys le impusieron como título “Jersey Boys: Persiguiendo la música”. Un agregado que difícilmente pueda ser más feo e inútil. Así que en esta crítica la llamaremos Jersey Boys y que persigan lo que quieran. Vamos a lo nuestro.
Clint Eastwood sabe todo. Desde esa sabiduría entrega una película extraordinaria como Jersey Boys. El mundo está tan confundido que Maléfica tiene mejor promedio en las críticas estadounidenses que la película de Eastwood, además de mucho más público. Pero Eastwood no está para ocuparse de esos detalles. A los 84 años sabe que se está despidiendo. Tuvo tiempo de hacer su trilogía testamentaria, a saber: Gran Torino (2008), un legado sacrificial cascarrabias, gruñón y humanista, que ponía en perspectiva crítica su carrera como director y sobre todo muchos de sus personajes como actor. Gran Torino y el sacrificio para terminar con el ciclo de la violencia. Su siguiente película fue Invictus, de 2009: testamento político-social con los ojos sobre la figura de Mandela: el fin de la violencia mediante la reconciliación, la seguridad de la paz para apaciguar el rencor. En las dos películas, por supuesto, el objetivo era contar historias. Testamentos narrados, con esa facilidad para contar que hace de Eastwood el gran clásico contemporáneo desde hace décadas. Para cerrar la trilogía testamentaria vendría una de las películas más incomprendidas de su carrera: Más allá de la vida (Hereafter, 2010). Un relato con la muerte como tema pero no como centro: el centro, nos decía Eastwood mediante su cine al cumplir 80, está de este lado, acá. Eastwood hizo su trilogía testamentaria no por la cercanía con la muerte sino porque permanece vivo, vital y sabio. Luego de tener el tiempo de su lado para cerrar este segmento de su carrera, siguió filmando, para continuar contando la historia de su país: J. Edgar en 2011 y ahora Jersey Boys, dos películas sobre décadas pasadas, sobre momentos definitorios americanos.
Jersey Boys es, en primer lugar, una película esplendorosa. De alguien que exhibe una sabiduría cinematográfica fuera de lo común. La historia de Frankie Valli y los Four Seasons se cuenta con gran concentración y claridad. Y con esa tersura y fluidez de las que son capaces los que saben hacer aparentemente sencillo lo difícil. Pero además Jersey Boys logra ser múltiple hacia tantas direcciones que asombra. Lo de siempre con los clásicos: la historia en la superficie es apasionante, divertida, deslumbrante. Y en el fondo, en los marcos, más allá y más acá, la mirada del artista sabio y cabal la llenan de ecos, de sentidos, de una riqueza descomunal. Jersey Boys es el retrato de las décadas clave del capitalismo americano en su esplendor: los cincuenta y sesenta, una sociedad esperanzada, activa, renovada, energética: “si trabajás duro vendrán los logros”, dice el mafioso más amable de la historia del cine, interpretado en estado de gracia por Christopher Walken (Eastwood, con un plano corto al final, además, lo inviste con otro de sus estados de gracia, ese que tuvo bajo la música de Fatboy Slim).
Obviamente, Jersey Boys es una película sobre el mundo del espectáculo, sobre los grises, el barro y también las luces del éxito. Es una película sobre la música, sobre cómo las armonías vocales de estos muchachos se imponen con claridad, cómo las canciones de uno o de los dos Bob eran hits inmediatos. Y, además, es una película sobre “salir del barrio”. El personaje con mayor apego por los códigos barriomafiosos no será favorecido por la mirada del director, que con dos o tres apuntes sutiles (ese abrazo incompleto en la coda de 1990, por ejemplo) establece su punto de vista sobre los hechos, o mejor dicho establece su ficcionalización de los hechos. Claro, también es una película que dialoga de forma explícita con Buenos muchachos de Martin Scorsese, desde un montón de detalles. Aquí en esta recomendable crítica de Juan Pablo Cinelli están muchas de esas conexiones. Sin embargo, Jersey Boys está lejos de ser una película scorsesiana. La de Eastwood, cuando es comedia es una comedia feliz, cosa que Scorsese recién pudo hacer con El lobo de Wall Street. Eastwood -vean Un mundo perfecto por ejemplo- casi siempre supo cómo resaltar la luminosidad incluso en el dolor y el pesimismo. Y, claro, Jersey Boys, como se dijo, sale de la oscuridad mental del barrio, apuesta por esa salida, y ahí volvemos a las opciones de Buenos muchachos. Eastwood, sabio, sabe que se puede salir del barrio sin necesidad de traicionar. Mejor dicho, que la salida del “código barrial” es una opción o necesidad de otra clase. El honor no es quedarse en el sistema del barrio, el honor pasa por superarlo, por eliminarlo de las coordenadas vitales.
Jersey Boys, por otra parte, a pesar de estar basada en una comedia musical de Broadway, no es una comedia musical cinematográfica: las canciones no irrumpen en la acción y no se baila y no se canta en situaciones que no sean de baile y canto per se. Los personajes no pasan de hablar a cantar, más bien al contrario: son las canciones las que a veces se interrumpen para que los personajes nos relaten -a cámara- situaciones. Eastwood deja de lado los artificios típicos del género para poner otro artificio en su lugar. Tanto no es una comedia musical que el momento que pertenece a ese género -con su artificio clásico- está en los créditos finales, por fuera del relato principal. Es como si Eastwood aceptara que el género, tal como lo concibieron los clásicos, es hoy imposible. Otro elemento que aleja a la película de la comedia musical es que ese género no tenía un lugar para la muerte, para el dolor máximo. La manera en la que Eastwood dispone narrativamente ese momento de dolor evidencia una vez más su maestría, y así aumenta la potencia a la que puede llegar esta historia en sus manos. Para el dolor no recarga, son momentos de genuina sobriedad . Poco después, el momento de máxima carga musical se hará eco de la situación anterior y ahí se abre la reverberación fuerte de las emociones. Porque Eastwood sabe. Y también sabe que el manejo de los acentos emocionales es una prerrogativa del narrador, no una imposición de los hechos o de su sucesión ficcional. Y si maneja y acentúa Eastwood, sepan disfrutar del viaje. Desde aquí no queda mucho más que agradecerle al californiano nacido en 1930 y volver a ver Jersey Boys.