Luces de neón
Ah, los años ’50. Bajo la misma luz que alumbró al modernismo y canciones de Sinatra, decenas de muchachos se reunían en las esquinas de New Jersey, cantando canciones seculares a un ritmo asimétrico y meneo cargado de testosterona. Como el hip hop, su reverso distópico de los ’80, el doo wop fue un fenómeno afroamericano con algunas, dispersas expresiones italoamericanas, de las que Frankie Valli & The Four Seasons, con hits como “Sherry” y el postrímero “Can’t Take My Eyes Off You”, fue la más notoria (pero como The Platters, en su variante afro, no la mejor). Sólo el dios rubicundo WASP sabe por qué Eastwood eligió retratar a este grupo, quizá mítico, pero cuyo impacto en la música se demostró escaso o nulo. Si hay claves son laxas: el sueño americano, un simpático padrino interpretado por Christopher Walken, la producción ejecutiva de Valli y Bob Gaudio (ex integrante y compositor de los Four Seasons) como un motor no menor. Resulta injusto cuestionar a Eastwood en sus elecciones: todo lo que hace, brilla; si no con talento, al menos con intención. Como biopic, Jersey Boys resulta una gran película; como película, apenas un pasatiempo bien hecho y por momentos monótono.