Precedida por los premios (En Biarritz y en Mar del Plata como mejor película latinoamericana) por fin se estrena este film del talentoso Maximiliano Schonfeld (Germania, La helada negra) que coescribió el guión con Selva Almada. El film nos traslada a un ambiente rural de siembra y cría de animales, pero también a un entorno urbano de reuniones de motoqueros y carreras de autos. Pueblos que ya pertenecen al terreno de la nostalgia y que excluyen a demasiados jóvenes que buscan, según el realizador, construir una identidad. La historia que comienza con un duelo por la muerte accidental de un joven piloto, líder en su grupo de amigos, admirado en su lugar de pertenencia, nos mete de lleno en un duelo colectivo, lleno de rituales y recuerdos. Pero también en el tema del doble. Es que un primo del piloto, un chico esmirriado y tímido es invitado-arrastrado a ocupar el lugar del difunto. Lo “necesitan” los padres del chico muerto, sus amigos, hasta su novia. Un lugar de gran tentación, aspiracional pero también peligroso. Tanto que puede desaparecer en el recuerdo para revivir realmente al Jesús López del título. Schonfeld recurre a escenas fuertes de carretas, pero también a climas íntimos y a un recurso encantador para que lo fantástico, del recuerdo recurrente sea una promesa cumplida. El otro, tan invocado, tan ausente, llega inevitablemente, como el triunfo de la imaginación. Un gran equipo técnico, la fotografía, la música, el vértigo y la intimidad de los pequeños y profundos momentos, redondea un film hermoso y profundo.