El tema del doble (o más específicamente del Doppelgänger, según el término alemán que refiere al doble fantasmagórico, al alter ego amenazante o malvado) ha sido muchas veces tratado tanto en el cine como en la literatura. Jesús López, de Maximiliano Schonfeld, aparece en ese escenario con un relato que tiene algunas particularidades interesantes: el proceso de la identificación se da en el momento de pasaje de edad, en un escenario que determina las características del personaje principal –una pequeña chacra de producción familiar tradicional alejada de la urbanidad- y la existencia de fuertes mandatos familiares del otro. La película abre lecturas sobre estos y otros tópicos gracias la austeridad expresiva del joven Abel y de cierta aridez propia del entorno.
Jesús López era el primo de Abel, un joven mayor que él, corredor de autos de una categoría local en una región rural. Falleció en un accidente, aparentemente provocado por otro hombre de la zona. Abel irá asumiendo el lugar de Jesús. Primero acompañando a su tío al río, luego reuniéndose con sus amigos y su pareja, finalmente subiéndose al auto que manejó Jesús, aunque solo para correr una última carrera que servirá como homenaje al joven fallecido.
Los padres de Jesús buscan en Abel alguien que ocupe el lugar del hijo, y Abel encuentra en esa casa una manera de salir de la chacra familiar. Ese es un espacio de tensión, bien relatado en la relación de Abel y su hermana: uno imagina que solo queda irse de allí, mientras quedarse es sostener una identidad que les es propia, una pertenencia, un legado. En la chacra la madre y la hermana, esa identidad que Abel lleva en su propio andar; en el pueblo, la nocturnidad, la posibilidad de amores, el auto y ser otro siendo Jesús.
Reseña publicada en oportunidad de la cobertura de la 36 edición del Festival de Mar del Plata (2021).