La nueva película del realizador de «La helada negra» inauguró la sección Horizontes Latinos de San Sebastián. Narra la historia de un adolescente que se queda en la casa de sus tíos que perdieron a su hijo y poco a poco las identidades se tornan confusas.
La vecina dice que Jesús reencarnó en Nippur», le dice la Irene (Paula Ransenberg), la madre de Jesús López, a su sobrino Abel (Joaquín Spahn), poco después de la muerte de su hijo en un accidente de tránsito en medio de la ruta. Nippur es uno de los perros de Jesús, que parece particularmente inquieto ante la presencia de Abel. Si los nombres bíblicos no son evidentes pistas, pronto quedará claro cuáles son los ejes por los que se mueve JESUS LOPEZ, la nueva película del realizador de GERMANIA y LA HELADA NEGRA.
Jesús (Lucas Schell) no es el protagonista de la película. El tipo muere apenas empieza, en una oscura y enigmática secuencia que da pie al tono ambiguo que tendrá el film a lo largo de su metraje. Por un lado, la película tiene un costado más realista y cotidiano, ligado a cómo los padres de Jesús empiezan a «adoptar» a su sobrino Abel una vez que su hijo se muere y cómo el chico también entra en esa suerte de extraño juego terapéutico, quizás no tanto para «ayudar» a sus tíos sino para encontrar alguna referencia, algún impulso vital que lo saque de esa zona apática que habita, empujada también por la falta de trabajo en el campo. Por otro, la película apuesta más directamente a algo metafísico, místico, de carácter si se quiere religioso.
Abel creció admirando a su primo Jesús, un tipo alto, fachero, seductor y aparentemente muy seguro de sí mismo que conducía motos, competía en carreras de autos y era el líder de su banda de amigos de la ciudad en la que vivía. Abel, en cambio, creció en el tambo, rodeado de vacas y con poca vida social: un chico tímido, silencioso, con cicatrices que dejan entrever que sufrió algún tipo de grave accidente o quemadura en algún momento, asunto cuyo peso en su vida y estructura familiar recién conoceremos sobre el final. Es por eso que unas semanas después de los rezos, el velorio, el entierro y toda la parafernalia de la despedida del hijo pródigo del lugar, a Abel no le cae mal la invitación de sus tíos a quedarse unos días con ellos.
La situación parece beneficiosa para todos. A la madre de Jesús le viene bien el silencioso sostén de Abel y, para el chico, es una gran oportunidad de vivir un poco como si fuera su primo: usa su ropa, sale con sus amigos, aprende a manejar su auto de carrera y parece no tener muchas ganas de volver con sus padres y su hermana embarazada, que se muestran comprensivos ante la situación. Para el Cacho (Alfredo Zenobi), el padre de Jesús, la presencia de Abel es también de gran ayuda: el chico lo acompaña al río, lo escucha contar historias y, más que nada, le presta mucha atención cuando le enseña a manejar el coche de Jesús. Y el otro gran beneficiado es Nippur, que lo mira y lo sigue al Abel con curioso entusiasmo.
JESUS LOPEZ se centrará en las experiencias de Abel allí. De a poco irá acercándose más y más a los amigos de su primo –que son más grandes que él en edad y más intensos, en todo sentido– y a su novia (Sofía Palomino), que lo toma casi de compinche/mascota. Pero los tipos tienen ideas más terrenales y bruscas para procesar la muerte de su amigo que las que tiene Abel. Fundamentalmente, quieren encontrar y si es posible matar a un tipo de la ciudad que, aseguran, fue responsable del accidente y la muerte de Jesús. «Hay que vengarlo», dicen casi a coro.
Como ya lo hizo en LA HELADA NEGRA pero aquí de un modo más efectivo, Schonfeld juega en una zona intermedia entre el realismo y la fantasía, entre el cotidiano, lo místico y lo indescifrable. La película va marcando de entrada la existencia de una zona un tanto más ambigua, que permite pensar en otras posibilidades que escapan a lo que vemos, algo que refuerza la inquietante música (de Jackson Souvenirs), que aparece especialmente en esas escenas, y la fotografía un tanto enrarecida de Federico Lastra. Los perros, por un lado, se comportan con Abel como si lo conocieran de siempre. Y el propio Abel, de a poco, parece ir empezando a habitar una vida que no es la suya. ¿O sí?
La película dará un «salto de fe», en algún momento, que la llevará a un terreno en el que esas sospechas se tornan más reales. O quizás no, quizás todo sea parte del proceso de duelo. Schonfeld elige inteligentemente manejar esa ambigüedad y dejar que el espectador decida qué de lo que vemos es cierto, qué es lo que ven algunos personajes y que ve –o cree ver– el propio Abel. Y ese salto servirá también para correr a la película de su eje, hacerla entrar de lleno en un territorio no muy explorado por el cine argentino «de festivales». Sí, películas como ZAMA o JAUJA juegan también en esos terrenos en los que la realidad que vemos se pone en cuestionamiento, pero ambas eran películas de época. No es tan usual verlo en una historia que transcurre aquí y ahora, y que no sea una película de género.
Coescrita por Schonfeld y Selva Almada –novelista que también fue parte del proceso creativo de ZAMA–, JESUS LOPEZ va logrando también que la inquietud metafísica tenga su correlato en una tensión narrativa. Ya verán cuáles son las cosas que se ponen en juego en el último acto de la película, pero hay un componente allí que le agrega una cuota de suspenso extra que va más allá de la posible confusión de identidades. Ya no desde lo externo –lo que pueden ver los perros, un espejo o aquellos con profundas convicciones religiosas–, sino desde algo más íntimo y personal. La pregunta es más compleja, identitaria. Algo así como definir quiénes somos y qué hacemos acá. Y la película no deja libradas las respuestas al destino ni a la fe sino que le devuelve la responsabilidad a sus personajes. Y a los espectadores.