La saga truculenta iniciada en el 2004 por el director James Wan entrega ahora su octavo eslabón después de una larga pausa y de la mano de los hermanos Michael Spierig y Peter Spierig -realizadores de la interesante Vampiros del día-, quienes relanzan la historia, pero respetando el estilo de las anteriores.
Contra toda lógica y un guión que acumula demasiadas vueltas de tuerca, Jigsaw: El juego continúa esparce cadáveres en la ciudad y todo indica que el asesino serial John Kramer -Tobin Bell- estaría de vuelta en acción, a pesar de que se lo dio por muerto diez años antes. Cinco personas aparecen encadenadas en un juego siniestro en el que deberán superar pruebas para salir vivos como castigo por sus delitos cometidos. Al mismo tiempo, se pone en marcha una investigación en la que científicos forenses tratan de encontrar y capturar al asesino.
En un perverso juego de cadenas, víctimas y victimarios, cuchillas filosas y otros mecanismos ingeniosos que instalan una carrera contra el tiempo, la película tiene un buen comienzo donde las dudas atraviesan la trama, pero después del despilfarro de tripas se termina enredando en sí misma en su afán por no dejar cabos sueltos.
Los fans de la saga encontrarán las mismas trampas de las anteriores películas aunque se ven mejor filmadas que sus predecesoras, a excepción del film original. No hay sorpresas, sino demasiadas explicaciones acompañadas por flashback en los minutos finales. Confesiones, pecados y crímenes mantienen a las ¿víctimas? encerradas y a merced del asesino cuyas reglas y amenazas aparecen desde un triciclo siniestro.
Detectives, investigadores, ataúdes que son abiertos y una lista de sospechosos que se apilan en esta nueva entrega que juega más con el impacto que con los climas. Sólo para los buscadores de escenas fuertes y mecanizadas, en un cine gore que mantiene atrapado a su público.