Cuando en enero de 2003 se estrenó la primera SAW en el Festival de Sundance, nadie sospechaba que el muñeco Bill continuaría haciendo de las suyas 14 años después. Tomó más de un año para que se exhibiese comercialmente en el Halloween de 2004 en Estados Unidos, luego desembarcaría en nuestro verano, en enero de 2005. Con una legión de fans y merchandising a la orden del día, la saga ideada por una de las mentes del terror Siglo XXI, James Wan, se erigió como una franquicia exitosa.
En esta octava entrega los detectives siguen las pistas que dejan unos cuerpos que aparecen en la ciudad. La truculencia de los cadáveres sugiere que Jigsaw ha vuelto, lo cual es difícil de creer porque su muerte fue hace 10 años. ¿Quizá un nuevo personaje continúa el legado o hay un infiltrado en el cuerpo de detectives? En SAW todo es posible a esta altura. Sólo digamos que Tobin Bell aparece… y mucho.
Los científicos forenses Logan (Matt Passmore) y Eleanor (Hannah Emily Anderson) son los encargados de recibir los cuerpos para su investigación. Logan tuvo un duro pasado: fue torturado y sobrevivió a la guerra de Irak. Eleanor tiene una secreta fascinación por los juegos de Jigsaw. La rivalidad surge entre los detectives Halloran (Kallum Keith Rennie) y Keith Hunt (Clé Bennett), quienes nunca llegaron a la mutua confianza e intentan recopilar información cada uno por cuenta propia.
La sospecha cae sobre estos 4 personajes en mayor o menor medida, sin olvidar que Jigsaw sigue siendo Jigsaw, aquel psicópata que supo premeditar cada acción en las primeras entregas. Y debo citar que Tobin Bell es de esos actores que nacieron para el papel, el ejemplo perfecto de physique du rôle. Acá se muestra sombrío, seguro de sí mismo, como de costumbre; podría tener una secta oculta detrás con esa capucha negra y esa mirada misteriosa.
Mientras ocurre la investigación, un grupo de cinco personas “juega” por sus vidas. Estos se levantan con cubos sobre la cabeza y son arrastrados hacia unas cuchillas. Esta es una de las fórmulas características de SAW para romper el hielo, la clásica primera escena sangrienta. Como película es un buen entretenimiento, pero si es pensada en base a la historia general su relevancia es menor. Si hay un cambio notorio está en su fotografía y montaje: luce más estilizada, menos “videoclipera” y algunas escenas se apoyan en la luz exterior como nunca antes (aunque esto último podría deberse al granero que se usa como locación).
El mecanismo no ha cambiado, el gore, la sangre y los juegos están presentes y es loable que tras tantos años de hemoglobina aún se mantenga cierta originalidad en la natural perversión de los juegos. La culpa y el castigo de los pecadores puestos a prueba por un demente, es interesante ver cómo Jigsaw intenta persuadirnos de que hace una especie de servicio público. Después de varias entregas se puede vislumbrar algún que otro cabo suelto en la historia. Algo difícil de disimular en cualquier saga de 8 films y más en esta que claramente apunta al mercado de Halloween.