JUGANDO CON FUEGO
El sádico favorito de Hollywood está de regreso de la muerte... o algo así.
Como todos, me subí por un par de películas a la moda del torture porn, ese subgénero del terror que emergió a comienzos de la década del 2000 supongo motivado por la falta de sensibilidad del público. El juego del miedo (“Saw”, 2004) y Hostel (2005), por nombrar precursoras, buscaban el disgusto como efecto, más que el horror o el miedo – ninguno de nosotros se sentía intimidado por las situaciones, sino asqueado.
Después de aquellas dos producciones entendí que la tortura sucedía de ambos lados de la pantalla. El asquito no me genera placer ni atracción, así que le perdí pisada a ambas sagas viendo pasar secuela tras secuela de Saw y pensando que se limitaban a mantener la fórmula intacta de “personas atrapadas a merced de un asesino que las obliga a confesar alguna cosa o sufrir una muerte horrible” y poco más.
Que lejos estaba de la realidad.
Como buen crítico de cine que soy (?) y anticipando que iba a ver la séptima secuela de una franquicia que había abandonado en la primera película me aseguré de buscar algún resumen de las anteriores seis, sólo para encontrarme con un TREMENDO QUILOMBO DE MITOLOGÍA con una cronología rebuscadísima que se tuerce y retuerce sobre sí misma haciendo referencia a eventos de tres o cuatro películas antes, o con situaciones que se desarrollan al unísono en dos (o más) películas diferentes.
Entendiendo un poco mejor a qué me enfrentaba me aventuré entonces a ver Jigsaw: El juego continúa (“Jigsaw”), el aparente regreso del viejo (y muerto) John Kramer (Tobin Bell).
Siendo honestos, Jigsaw no me decepcionó. No es que esperase demasiado tampoco. De un lado cinco pecadores que no quieren confesar y se enfrentan a un puñado de trampas letales, y del otro un grupo de detectives que intenta localizarlos para salvar a la mayor cantidad posible. Todo eso condimentado con malas actuaciones, agujeros de guión por todos lados, motivaciones poco claras y vueltas sobre vueltas de la trama.
Sinceramente contar demasiado de la trama es exponerse a posibles spoilers. Y aunque la saga Saw no es Sexto sentido, si están interesados en la mitología, el porqué de este aparente regreso de Kramer (fallecido en Saw III) descansa en los convulsionados diez minutos finales de la película.
Hay que aceptar, sin embargo, que el concepto de la superioridad moral permanece intacto. La justicia divina, la expiación de culpas y las consecuencias reales de actos en principio impunes le otorgan una profundidad única a la saga. Al fin y al cabo es verdad que Jigsaw es un asesino serial, pero es un asesino de asesinos o negligentes, y el concepto fascista de la parapolicía o que “el que mata tiene que morir” está muy bien aceptado cuando aplica a otros personajes de la cultura pop.
Mientras que desde siempre se ha planteado a Kramer (y sus discípulos, imitadores y seguidores) como sádicos psicópatas, habrá quien lo considere un justiciero. Más de uno irá a ver estas películas con un hambre casi fetichista y con el discursito de “algo habrán hecho” sonándole en la cabeza. Qué se yo.
El otro aspecto fundamental de la saga son las trampas, y hay que aceptar que en Jigsaw son bastante poco creativas. Mucha sierra eléctrica, algo de ácido y la peor: un silo que se llena progresivamente de granos amenazando con ahogar a dos personajes hasta que la lluvia se detiene… solo para dar lugar a una lluvia de cuchillos, clavos, y otros elementos afilados. Lejos quedaron los tiempos sencillos de las trampas para oso invertida o los inodoros llenos de jeringas.
Habrán notado que ni mencioné al elenco. Es así porque son la gran mayoría absolutos desconocidos descartables, excepto el veterano Callum Keith Rennie (The Man in the High Castle, Californication) que interpreta al sucio detective Halloran.
Jigsaw: El juego continúa ofrece lo que promete en el título: otra de estas películas pedorras de tortura con poco guión y menos ideas que gracias a su vuelta de tuerca sacada de la galera (y si la taquilla acompaña) le permitirá a Lionsgate continuar con el juego macabro de comenzó hace más de una década. Es para ir a divertirse irónicamente más que a sorprenderse.