TODOS LOS DONES ¿Otra de zombies? Sí, pero también mucho más que eso. Mientras los zombies en TV continúan estancados en el mismo ciclo narrativo, el cine ha encontrado formas de revitalizar el género. Desde el ¿romance? de Mi novio es un zombie (“Warm Bodies”, 2013) hasta la acción claustrofóbica de Tren a Busan (“Train to Busan”, 2016), queda claro que hay alternativas al momento de contar una historia en un mundo plagado por no-muertos. En ese contexto llega (tarde) Melanie: Apocalipsis zombie (“The girl with all the gifts”, 2016), la adaptación de Colm McCarthy de la novela de 2014 de Mike Carey (también encargado del guión). La niña dueña de todos los dones es Melanie (Sennia Nanua), una “hungry” de segunda generación. Esto significa que Melanie no se infectó directamente con el hongo que amenaza con terminar con la vida como la conocemos, sino que contrajo el virus en el vientre materno y por eso conserva la inteligencia y capacidad emocional humana – aunque haya salido a mordida limpia del cuerpo de su madre. Melanie y todos los niños como ella son la clave para encontrar una cura. O por lo menos de eso está convencida la Doctora Caroline Caldwell (Glenn Close), la científica principal del búnker militar donde van a convertirse en ratas de laboratorio estos hungries 2.0. Close da en la tecla con un personaje que se muestra inmutable ante la necesidad de sacrificar niños (no niños zombies, sino niños con emociones) para salvar a la humanidad, alejándose de la caricatura de “científico frío sociópata”. Las decisiones y las motivaciones de Caldwell están basadas en la lógica y en la búsqueda del bien común. Del otro lado del espectro se encuentra la señorita Justineau (Gemma Arterton), la psicóloga/maestra del grupo de niños, que es la única en la base que crea empatía con los “especímenes” y se preocupa por su bienestar. Justineau es la brújula moral de la historia, la única dispuesta a aceptar a Melanie y los suyos como lo que parecen ser en realidad: el siguiente eslabón de la cadena evolutiva. El trío principal de adultos lo completa el Sargento Parks (Paddy Considine), el líder de la base y el más desconfiado de los niños. Parks tiene razones para mostrarse arisco: esta nueva generación de hungries es funcional, pero no perdió el ansia por carne viva. La única forma de mantenerlos a raya, más allá de la restricciones (de ahí la máscara a-la-Hannibal Lecter), es utilizando un gel que bloquea el irresistible aroma humano. El gel también funciona para los infectados de primera generación, que tienen sus propias particularidades. Mientras que en “modo caza” son ágiles como los de 28 Días Después (“28 Days Later”, 2002), cuando no están estimulados entran en una suerte de “modo ahorro de energía” en lugar de estar caminando sin rumbo – una invitación al sigilo y a situaciones de tensión extrema. Como se ve en los trailers, no pasa mucho antes que la base militar sea arrasada por una horda de infectados y el pequeño grupo de sobrevivientes se vea obligado a movilizarse a Londres, donde esperan encontrar algo más que desolación. Melanie: Apocalipsis zombie se convierte entonces en una road movie de terror con todos los elementos propios del género que no reniega de sus influencias (el cine de Boyle, las referencias a Romero, y hasta un poco de The Last of Us en esta Inglaterra que la naturaleza a reclamado nuevamente). Sin embargo, la decisión de contar la historia desde el punto de vista de Melanie convierte la película en una extraña y atractiva mezcla de trascendencia generacional, supervivencia y terror. Mientras que los humanos buscan recuperar su lugar en el mundo, Melanie intenta encontrar el propio. Más allá de la fotografía y musicalización, que aportan mucho a la ambientación y la sensación de un mundo abandonado pero vivido y realista, la película funciona tan bien por responsabilidad del elenco. Close combina determinación con fragilidad de manera impecable, Arterton es puro corazón y Considine es un perfecto militar en conflicto consigo mismo. Sin embargo todos los aplausos se los lleva la debutante Sennia Nanua, que conjuga la inocencia y curiosidad infantil propia de una niña de su edad con la supervivencia primitiva que su naturaleza y el contexto le piden. Nanua es una joya que se carga la película en los momentos más extremos sin pestañear. Melanie: Apocalipsis zombie es una historia de personajes, su desarrollo y su aceptación del inevitable nuevo orden. Con un presupuesto limitado Colm McCarthy saca lo mejor de un gran elenco para darle forma a un relato alejado de la acción convencional del género y enfocado en el dilema moral que representa la llegada de estos “zombies con conciencia”.
JUGANDO CON FUEGO El sádico favorito de Hollywood está de regreso de la muerte... o algo así. Como todos, me subí por un par de películas a la moda del torture porn, ese subgénero del terror que emergió a comienzos de la década del 2000 supongo motivado por la falta de sensibilidad del público. El juego del miedo (“Saw”, 2004) y Hostel (2005), por nombrar precursoras, buscaban el disgusto como efecto, más que el horror o el miedo – ninguno de nosotros se sentía intimidado por las situaciones, sino asqueado. Después de aquellas dos producciones entendí que la tortura sucedía de ambos lados de la pantalla. El asquito no me genera placer ni atracción, así que le perdí pisada a ambas sagas viendo pasar secuela tras secuela de Saw y pensando que se limitaban a mantener la fórmula intacta de “personas atrapadas a merced de un asesino que las obliga a confesar alguna cosa o sufrir una muerte horrible” y poco más. Que lejos estaba de la realidad. Como buen crítico de cine que soy (?) y anticipando que iba a ver la séptima secuela de una franquicia que había abandonado en la primera película me aseguré de buscar algún resumen de las anteriores seis, sólo para encontrarme con un TREMENDO QUILOMBO DE MITOLOGÍA con una cronología rebuscadísima que se tuerce y retuerce sobre sí misma haciendo referencia a eventos de tres o cuatro películas antes, o con situaciones que se desarrollan al unísono en dos (o más) películas diferentes. Entendiendo un poco mejor a qué me enfrentaba me aventuré entonces a ver Jigsaw: El juego continúa (“Jigsaw”), el aparente regreso del viejo (y muerto) John Kramer (Tobin Bell). Siendo honestos, Jigsaw no me decepcionó. No es que esperase demasiado tampoco. De un lado cinco pecadores que no quieren confesar y se enfrentan a un puñado de trampas letales, y del otro un grupo de detectives que intenta localizarlos para salvar a la mayor cantidad posible. Todo eso condimentado con malas actuaciones, agujeros de guión por todos lados, motivaciones poco claras y vueltas sobre vueltas de la trama. Sinceramente contar demasiado de la trama es exponerse a posibles spoilers. Y aunque la saga Saw no es Sexto sentido, si están interesados en la mitología, el porqué de este aparente regreso de Kramer (fallecido en Saw III) descansa en los convulsionados diez minutos finales de la película. Hay que aceptar, sin embargo, que el concepto de la superioridad moral permanece intacto. La justicia divina, la expiación de culpas y las consecuencias reales de actos en principio impunes le otorgan una profundidad única a la saga. Al fin y al cabo es verdad que Jigsaw es un asesino serial, pero es un asesino de asesinos o negligentes, y el concepto fascista de la parapolicía o que “el que mata tiene que morir” está muy bien aceptado cuando aplica a otros personajes de la cultura pop. Mientras que desde siempre se ha planteado a Kramer (y sus discípulos, imitadores y seguidores) como sádicos psicópatas, habrá quien lo considere un justiciero. Más de uno irá a ver estas películas con un hambre casi fetichista y con el discursito de “algo habrán hecho” sonándole en la cabeza. Qué se yo. El otro aspecto fundamental de la saga son las trampas, y hay que aceptar que en Jigsaw son bastante poco creativas. Mucha sierra eléctrica, algo de ácido y la peor: un silo que se llena progresivamente de granos amenazando con ahogar a dos personajes hasta que la lluvia se detiene… solo para dar lugar a una lluvia de cuchillos, clavos, y otros elementos afilados. Lejos quedaron los tiempos sencillos de las trampas para oso invertida o los inodoros llenos de jeringas. Habrán notado que ni mencioné al elenco. Es así porque son la gran mayoría absolutos desconocidos descartables, excepto el veterano Callum Keith Rennie (The Man in the High Castle, Californication) que interpreta al sucio detective Halloran. Jigsaw: El juego continúa ofrece lo que promete en el título: otra de estas películas pedorras de tortura con poco guión y menos ideas que gracias a su vuelta de tuerca sacada de la galera (y si la taquilla acompaña) le permitirá a Lionsgate continuar con el juego macabro de comenzó hace más de una década. Es para ir a divertirse irónicamente más que a sorprenderse.
EL GALLO EN EL GALLINERO Colin Farrell es un fachero soldado en una escuela de señoritas ¿Qué puede salir mal? Sofia Coppola es una directora que normalmente polariza. Yo estoy del lado de los que han disfrutado menos de su cine, pero es innegable que en El Seductor (“The Beguiled”) se beneficia del ritmo particular que le imprime a sus películas. Basta con ver el trailer de la versión original de 1971 de Don Siegel (protagonizada por Clint Eastwood) para ver cómo Coppola convirtió una porno soft en un relato de represión emocional y sexual con corte feminista. Todo comienza cuando Amy (Oona Laurence), mientras junta hongos en un lúgubre bosque intoxicado del humo de lejanos cañones, encuentra al malherido cabo John McBurney (Colin Farrell), un “yanqui” huyendo de los Confederados durante la Guerra Civil norteamericana. Aunque es el enemigo, Amy lleva al soldado al Seminario de la Señora Farnsworth para Niñas Jóvenes, una enorme mansión dirigida por Martha Farnsworth (Nicole Kidman). Esta casa de señoritas es un refugio del mundo exterior, azotado por la guerra. De un lado de la reja, el movimiento de las tropas que van y vienen. Del otro, las pupilas y la profesora Edwina (Kirsten Dunst), que continúan con en la pasividad de sus días, en los que el tiempo parece no avanzar y la negación y represión son la norma. La llegada de un hombre, disruptiva de por sí, revoluciona la casa cuando, después de haber sido curado por Martha, McBurney se muestra como un joven no solo atractivo, sino también carismático y encantador. Coppola maneja de forma magistral los tiempos en esta primera mitad de la película, mostrando cómo cada generación de mujeres sucumbe ante la presencia del soldado. Es una exploración precisa de la dinámica de un grupo de mujeres que convierte una estructura de comunidad en una competencia. McBurney simboliza algo diferente para cada una de ellas, con una personalidad camaleónica que se muestra paternal o sensible para recibir cuidado maternal, amable y de bajo perfil o confrontativo y entregado al coqueteo. La adoración de la pequeña Amy, los impulsos de Alicia (Elle Fanning), el amor de Edwina y el deseo de Martha se manifiestan de forma más o menos sutil, y es en esta primera mitad en la que se lucen particularmente Kidman, Dunst y Farrell, que manejan bien los milimétricos cambios de ambiente que propone la directora. Quizá la decisión más cuestionable de la directora es el dejar afuera de la película a la esclava Hallie, un personaje relevante en la obra original pero más que nada en el contexto en el que se desarrolla la película. Su ausencia simplifica el conflicto pero también impide ofrecer una representación real de la época. La diversidad no hay sido nunca el punto fuerte de Coppola, pero en este caso la cosa se nota mucho. Cada cual lo entenderá como quiera. El director de fotografía Philippe Le Sourd es fundamental para el tono pictórico de este cuento de hadas oscuro. El sol irrumpiendo entre las hojas o las persianas y la tímida luz de las velas iluminando las estáticas escenas interiores remite a verdaderos cuadros en movimiento. Pero el soldado playboy, más allá de todos sus encantos, sigue siendo un enemigo, por lo que su estadía tiene fecha de vencimiento. Y por más que se muestre como una útil adición a la casa, Martha sabe que no es más que un gallo en el gallinero, situación que genera una esperable desesperación en McBurney la cual, sumada a la “abrumadora” tentación, termina en desastre. La primera mitad de la película es intrigante y atrapante. La naturaleza conflictiva de la presencia del soldado y las diferentes aproximaciones de cada una de las mujeres construye un conflicto que se ve venir a la legua, pero aún así resulta atractivo. Sin embargo nunca creamos un vínculo con ninguno de los personajes, lo que se potencia en la segunda mitad, cuando la sutileza se deja atrás y la castración simbólica genera que el poder tácito de McBurney se convierta en sometimiento. Coppola pega un volantazo en el ritmo, el tono y las motivaciones de los personajes: amor, deseo y venganza se mezclan sin dejar demasiado en claro el porqué de los eventos. McBurney deja de ser el gallo suelto en el gallinero para volverse la mosca atrapada en la telaraña – cuyo castigo es, de alguna manera, el castigo a la eterna traición del hombre. El Seductor es una película técnicamente impecable, con una atractiva premisa, un buen elenco y buenas actuaciones, que se desmorona en el último acto. De todas maneras estoy seguro que los seguidores de Coppola se quedarán satisfechos con esta historia de hermandad y poder femenino (aunque ese poder esté representado por un elenco bastante parejo en lo que a raza refiere).
TORMENTA DE FACHA El cine catástrofe, ese hermoso placer culposo, está de regreso. Cuando uno compra la entrada para una película en la que Gerard “Cachetes” Butler interpreta al único científico capaz de salvar al mundo de la aniquilación total a manos de una serie de desastres naturales prefabricados desde una estación espacial que controla una grilla de satélites que modifican el clima, más o menos entiende lo que está yendo a ver. Esa introducción debería dar una buena idea de la vara con la que voy a medir Geo-Tormenta (Geostorm), el debut como director de Dean Devlin, productor y guionista de clásicos absolutos del cine desastre como Godzilla o las saga Día de la Independencia de su amigo Roland Emmerich (cuya influencia se nota a la legua). La película nos recibe con un cachetazo de realidad: el efecto del cambio climático se ha vuelto insostenible y el mundo se ve azotado por un desastre natural tras otro (cualquier similitud con los hechos vividos en el último año no es coincidencia). Por fortuna, las naciones se unieron para construir una red de miles de satélites que utilizando [ciencia], e interviniendo las condiciones de [ciencia] a través de las [ciencia] consigue impedir la formación de nuevas tormentas, la llegada de sequías y (supongo) el desprendimiento de glaciares. Esta enorme estructura es controlada desde la Estación Espacial Internacional, que fue construida desde el primer tornillo por Jack Wilson (Butler), quien después del primer año de funcionamiento es despedido por su propio hermano Max (Jim Sturgess). Pero Jack debe volver a subir tres años después, cuando los satélites empiezan a funcionar mal y generar quilombos en distintas ciudades del planeta. Así, los hermanos Wilson vuelven a trabajar juntos: uno intentando descubrir la naturaleza de estas fallas en la estación espacial, y el otro desenredando el complot que se ha gestado en Washington. Geo-Tormenta es, como esperábamos, una tormenta de clichés. Desde el personaje secundario que con su último aliento susurra el nombre clave para descubrir la conspiración hasta la cuenta regresiva que se resuelve en el último segundo están todos: los sustos falopa, los personajes oscuros (o no tanto), la escena con el niño y el perro en medio de la tormenta, las traiciones sobre traiciones, personajes con nombres genéricos (¿Cheng Long? por favor…) y mucho más. Afortunadamente también hay destrucción masiva en la Tierra y en el espacio, como para despuntar el vicio, y un poco de drama familiar como para intentar ponerle un poco de chispa a la trama. El trabajo de efectos especiales es realmente bueno aunque por momentos un poco irregular (nivel Sharknado) y el efecto de los desastres naturales está bien logrado, además de ofrecer un poco de variedad al clásico tsunami que tantas veces hemos visto en pantalla. Y sí. Lloré. Porque… Leo. El elenco está bien dentro de todo, aunque algunos mejor que otros. Gerard Butler sigue haciendo del héroe de acción americano más escocés del mundo, el pibe Sturgess (aunque muy sudado todo el tiempo) cumple, y Andy García y Ed Harris sacan de taquito al Presidente y Jefe de Gabinete respectivamente. Por su parte el Girl Power ataca todos los frentes con Sarah (Abbie Cornish), la agente del Servicio Secreto que (también secretamente) está en pareja con Max y saca su Atomic Blonde en el mejor momento; Dana (Zazie Beetz), una super hacker que con un papel muy chiquito captura el espíritu falopa de la película; y Ute Fassbinder (Alexandra Maria Lara), la nueva jefa de la estación espacial que será la única aliada de Butler en la infinidad del espacio. Como dije más arriba la película tiene todos los elementos que uno espera de este tipo de producciones, pero le falta alma, corazón, casi exclusivamente por el poco carisma de su protagonista y el desinterés por plantear una discusión medianamente coherente acerca del cambio climático. Yo entiendo que nadie va a ver Geo-Tormenta esperando un discurso político, pero en tiempos en los que los negacionistas han llegado al poder, que a la problemática no se le dedique más que tres de los 110 minutos de duración es desalentador – en particular cuando el villano tira un discurso en la tónica del infame “Make America great again”. De todas formas considerando los muchos problemas que tuvo la producción, los reshoots y los retrasos en el estreno, es admirable que Geo-Tormenta sea tan coherente en su desarrollo y que siquiera funcione. Dean Devlin debuta con una película competente y entretenida pero olvidable, que no va a conmover a nadie más que a mí, pero que creo va a dejar satisfechos a los que dejen el cerebro en casa, compren el balde de pochoclo más grande posible y se dejen llevar. Al fin y al cabo, cualquier cosa que incluya la leyenda “Countdown to GEOSTORM” no puede fallar.
PESCADO MUERTO La remake del ¿clásico? de Joel Schumacher apunta bajo y pega más bajo. Hace una semana tuve la oportunidad de revisar Blade Runner 2049, la secuela del clásico de ciencia ficción dirigido por Ridley Scott en 1982. Destacaba en mi análisis que la película de Villenueve tenía una enorme responsabilidad encima, ya que aunque la original no fue un éxito de taquilla se convirtió de inmediato en un clásico que culto que redefinió el género e inspiró una generación entera. No se puede decir lo mismo de “Línea mortal” (Flatliners) la película de terror psicológico de Joel Schumacher de 1990 acerca de un grupo de (muy facheros) estudiantes de medicina experimentando con la muerte. Una premisa interesante y una ejecución cuestionable son la mejor forma de definir la obra de Joel, cuyo legado se reduce al gran elenco de estrellas en ascenso que incluía a Julia Roberts, Kiefer Sutherland, Kevin Bacon y Oliver Platt. Es por eso que llama la atención que esta aburrida remake con Ellen Page, Diego Luna, Kiersey Clemons, Nina Dobrev y James Norton como el nuevo quinteto de estudiantes de medicina a punto de meterse en quilombos se ajuste tanto al material original y cometa los mismos (y nuevos) errores. La nueva Kiefer es Courtney (Page), quien tras perder a su hermana en un accidente de tránsito por negligencia propia, decide explorar el más allá y la vida después de la muerte. Ya en medio de la vida de residente, recluta a Jamie (Norton) y Sophia (Clemons) para que la asistan en un experimento: que le detengan el corazón y un minuto después la revivan. Courtney pretende analizar la actividad cerebral en ese tiempo y ver qué hay más allá de la luz blanca, algo que consigue con éxito gracias a la intervención oportuna de Ray (Luna) y Marlo (Dobrev), que aparecen para salvar las papas en el momento justo. La película nunca se detiene demasiado en las motivaciones de la protagonista, más allá de que imaginamos esperaba ver a su hermana o algo así, pero sí encuentra una buena razón para que el resto de sus compañeros quieran sumergirse en este sueño temporal: después de morir (“flatlining”), el cerebro de Courtney está al 100% y la piba recuerda cómo tocar el piano o textos que leyó al pasar hace años (una onda “Limitless”). Así, someterse a esta experiencia tiene más que ver con la competencia académica que con la adrenalina del momento, como era en la original. Pero como se podrán imaginar ese no es el único efecto secundario, y los bellos jóvenes tardan demasiado en comprender que los han empezado a perseguir sus errores del pasado. Es en ese momento cuando lo que se insinuaba se cae a pedazos y se convierte en una mediocre película de terror, más a tono con el concepto de “casa embrujada” que con las preguntas filosóficas, éticas y teológicas que podría haber hecho. Así terminamos gran parte de los innecesarios 110 minutos de duración viendo a los personajes ser acechados por sombras, ruidos y alucinando como en el peor viaje de pepa del mundo. Lo peor (y esto es algo personal que tiene que ver con la incoherencia de este tipo de recursos) es que las alucinaciones tienen una manifestación corpórea y pueden interactuar con el mundo real. No es terror psicológico cuando un fantasma te arrastra por un pasillo, es terror psicológico cuando el acecho te hace caer de un techo. Técnicamente la película tampoco se destaca. Las bondades de la tecnología actual no se aprovechan al momento de representar estos viajes astrales y los escenarios y recursos son poco imaginativos. Oplev, paradójicamente, ofrece imágénes más estimulantes en el mundo real que con todo el potencial de lo fantástico a su disposición. El elenco, por su parte, hace lo mejor que puede con el flojo material: Page está bien como siempre y Luna como el único tipo con dos dedos de frente sigue sumando porotos para convertirse en la próxima gran estrella latina en Hollywood. Mención aparte para el tan discutido cameo de Kiefer, que es otra oportunidad desperdiciada. ¿Es el mismo personaje? No se explica pero asumimos que no, porque tiene otro nombre (Barry Wolfson), aunque podría habérselo cambiado después de los eventos de la original. ¿Como una secuela directa en la que Kiefer actúe como un mentor funcionaría mejor? Nunca lo sabremos, pero por lo menos la película hubiera mostrado un poco de personalidad e iniciativa por construir sobre las bases de la anterior. Línea mortal: al límite, es una remake innecesaria que ni siquiera aprovecha el poco impacto de la original para tomar las riendas y decir algo nuevo y propio. Es una de esas películas que te cruzás un sábado a la noche en Netflix y olvidás inmediatamente después de que terminó.
EXPLOSIONES CON ESTILO El universo de espías británicos está de vuelta, con el mismo estilo pero menos enfoque. Como sucede cada tanto, llegué tarde a una de las grandes sorpresas cinematográficas de 2015, Kingsman: El Servicio Secreto (Kingsman: The Secret Service). Y como sucede cuando eso sucede, me aseguré de ver la película antes de asistir a la función de prensa de su secuela, Kingsman: El Círculo Dorado (Kingsman: The Golden Circle). Entendí en esa noche de domingo el atractivo de Kingsman, aunque lo sintiera un poco lejano, ajeno. Sí, es una caricatura de una aventura clásica de trascendencia social dentro de un contexto de espías a-la-James Bond con buena dirección (Matthew Vaughn maneja muy bien el cine de acción), magníficas coreografías y un estilo indiscutible. Pero también es una película inmadura, nihilista y sexista, que glorifica la violencia intentando disfrazarla de espectáculo y hasta se toma la libertad de terminar con un primer plano de un trasero invitando al protagonista a una sesión de sexo anal. Pero como dije antes, entendí el atractivo en esa fantasía de poder adolescente al extremo. Pero por desgracia hay poco nuevo bajo el sol en el mundo de estos James Bond 2.0, y las partes donde la primera conectaba están muy diluidas en la secuela. Ha pasado un año desde los eventos de la primera película. Eggsy (Taron Egerton) es ahora el nuevo agente Galahad, está en una relación formal con la Princesa Tilde (Hanna Alstrom) y sigue teniendo tiempo para disfrutar con sus amigos. Todo parece color de rosa, excepto la parte en la que extraña a su mentor, Harry (Colin Firth), hasta que Poppy (Julianne Moore), la jefa del cartel de drogas más importante del mundo, arrasa con los Kingsman. Como los trailers dejaron ver, Eggsy y el otro sobreviviente a la masacre, el capo tecnológico Merlin (Mark Strong, el falso Andy García), se trasladan a Kentucky, Estados Unidos, para encontrarse con los Statesman, sus contrapartes del otro lado del charco. Ahí conocerán a Tequila (Channing Tatum), Whiskey (Pedro Pascal), Ginger (Halle Berry) y el líder Champ (Jeff Bridges), con los que unirán fuerzas para echar por tierra los planes de Poppy, que a través de un virus incluído en los narcóticos tiene al mundo de rehén. Kingsman: The Golden Circle sufre lo que muchas secuelas: la necesidad de subir la apuesta. Vaughn y Goldman priorizan espectáculo sobre narrativa, y se nota. La primera secuencia resume perfectamente la película: un personaje vuelve inexplicablemente de la muerte y un minuto después, sin más introducción, se lanza a una larga y espectacular persecución a alta velocidad con choques, explosiones, piruetas y estilo. La escena llega a su fin y no sabemos qué pasó o porqué… pero qué viaje de adrenalina, eh. Más allá de ese vacío de motivaciones, esta segunda parte presenta demasiadas líneas argumentales y se termina sintiendo menos enfocada que la original, que giraba exclusivamente alrededor del conflicto del protagonista y su adaptación a un nuevo universo. En este caso tenemos que lidiar con la relación de Eggsy y Tilde, con el regreso de la muerte de Harry, con las motivaciones de los villanos, con los cameos extremadamente largos, con el costado político de la cuestión y con las inquietudes y problemáticas de algunos agentes. Los 140 minutos de duración se sienten bastante más, especialmente considerando que la primera tiene un ritmo mucho mejor y no se hace tan larga aún con solo 10 minutos menos. El guión de Jane Goldman y el director es denso y lleno de incoherencias, pero su mayor pecado, además de seguir objetivizando al sexo femenino y no darle un lugar de peso del lado de “los buenos”, es construir una villana tan flácida en motivaciones. Poppy vive aislada en unas ruinas maya aún no descubiertas (formalmente, claro) que ha adaptado y remodelado con un estilo propio de la década del 50, con peluquería, pistas de bowling y el típico café. Poppy se queja que, como una de las empresarias más exitosa del mundo, tiene que vivir escondida y aislada del mundo sólo porque su negocio es ilegal (con la obligatoria referencia al alcohol y el tabaco). Tan sádico como poco genuino, el personaje que construye esta Julianne Moore desganada no le mueve un pelo a nadie, y tiene un final tan innecesario como esperable. También tengo que mencionar el costado político de la cuestión, que me llamó muchísimo la atención. Como en la original, el villano (norteamericano) tiene línea directa con el Presidente de los Estados Unidos. En 2015 Samuel L. Jackson, el zar de la tecnología que iba a limpiar el mundo a través de sus chips de telefonía celular, hablaba con Obama (aunque lo veíamos de espalda), dando a entender que el mandatario (demócrata) estaba entongado y bajo su control. En este caso el Presidente es interpretado por Bruce Greenwood (Gerald’s Game), y aún cuando en materia ideológica son semejantes, hay una clara intención de Fox de “cuidar” al payasesco Trump – sin ir más lejos, ninguno de los periodistas de Fox News sufren los efectos del virus implantado en las drogas, dando la idea de una cadena de noticias “pura”. La segunda excursión de Vaughn al mundo de Kingsman, creado por Dave Gibbons y Mark Millar no lo deja tan bien parado como el debut. La acción, la violencia, la sátira y los elementos caricaturescos dicen presente (si perros robots no son una caricatura, no sé qué lo es) y la película se siente un verdadero cómic en movimiento. Pero en el camino, entre tanta explosión, Kingsman perdió algo de corazón. Quizá en la inevitable tercera parte lo vuelva a encontrar.
LAS SEGUNDAS PARTES FUERON BUENAS Más de tres décadas después, llega la secuela de una obra fundamental del cine de ciencia ficción. Ridley Scott necesitó cinco ediciones de Blade Runner, una película que redefinió el género de ciencia ficción, para obtener la experiencia que él consideraba definitiva – en la versión conocida como “The Final Cut”. El tiempo dirá si Blade Runner 2049, la secuela de Denis Villeneuve que llega 35 años después tendrá el impacto de la original. Pero de lo que no quedan dudas es que este primer corte es el definitivo para el director canadiense. En tiempos de reboots, remakes y “rebootcuelas” (Jurassic World, Star Wars: The Force Awakens), Hampton Fancher y Michael Greene plantean una secuela directa que complementa los eventos de Blade Runner y convive con ella sin dificultad. El futuro cyberpunk que Scott imaginó para el 2019 está, en 2017, muy lejos de suceder, por lo que Villenueve y el brillante director de fotografía Roger Deakins se permiten mantener gran parte de los elementos icónicos de aquella Los Angeles sin que nada se sienta fuera de lugar. La influencia oriental, el neon, las enormes estructuras, el contraste entre un mundo oscuro y el brillo de las marquesinas, la lluvia que azota constantemente... todo está presente. Asimismo, los recursos visuales como el reflejo del agua en los techos y paredes de las oficinas corporativas (antes de Tyrell, ahora de Wallace), crean una coherencia y continuidad fundamental. Blade Runner 2049 es una verdadera obra de arte con un lenguaje visual único, digna de ver en la pantalla más grande posible, porque es una película que merece ser absorbida. De hecho, descansa tanto en la imagen que las composiciones de Benjamin Wallfisch y Hans Zimmer apelan, más allá de algunas melodías jazzeras electrónicas, a la clásica vibración de graves y bocinas a-la-Inception para crear atmósfera. Cada plano está pensado y cada toma esconde un elemento que espera latente ser encontrado en alguna de las (muchas) próximas pasadas. Decidí comenzar hablando de los sobresalientes aspectos técnicos porque los comunicados de prensa nos pidieron que no incluyéramos detalles de la trama y seamos cuidadosos en el análisis – aún cuando habiendo visto la película puedo decir que los trailers revelan varias de las sorpresas que esperan durante sus 163 minutos de duración. Vamos a respetar ese pedido no tanto por el pedido en sí, sino porque parte del impacto de Blade Runner 2049 radica en la manera en la que desarrolla la historia, expone sus misterios y plantea su temática existencialista. Como su título lo indica, nos encontramos 30 años después de los eventos de la película original. Los viejos replicantes Nexus han sido reemplazados por nuevos modelos y es tarea de los Blade Runner perseguir a los androides rebeldes intentando sobrevivir más allá de su fecha de caducidad . Ryan Gosling es “K”, un Blade Runner que durante un aparente trabajo de rutina descubre lo que podría significar el comienzo de una guerra sin precedentes. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedía con Deckard (Harrison Ford), queda claro de inmediato que “K” es un replicante, por lo que gran parte de su tiempo en pantalla lo vemos lidiando con las necesidades propias de estos androides que, como promete el slogan de la empresa que los fabrica, son “más humanos que los humanos”. Y es esa la temática filosófica que retoma esta secuela. La búsqueda de humanidad. La pregunta de qué nos hace seres humanos. La existencia del alma y la necesidad de contacto, de cariño, de amor. Blade Runner 2049 profundiza donde Blade Runner insinuaba, y eso la vuelve una experiencia más completa. Gosling es perfecto para el papel, escondiendo detrás de la inmutabilidad que le vimos en “Drive” (2011) un anhelo constante. Una falta. Un vacío. Es un cascarón que encuentra su otra mitad en el personaje interpretado por Ana de Armas, de quien Villeneuve obtiene una actuación genuina y emotiva. Del otro lado del espectro están Jared Leto como el magnate, salvador y genio con complejo de Dios Niander Wallace. Leto siempre cumple, y a pesar de su corto tiempo en pantalla ofrece una interpretación inquietante y enigmática. Lo mismo corre para Sylvia Hoeks, el “ángel” (así les llama el Dios Niander a sus replicantes) favorito del creador. Harrison Ford también se destaca, con algo más complejo que el personaje de fanfiction que le escribieron para The Force Awakens. Este Deckard está muy lejos del que conocimos hace 35 años, denotando el gasto físico y emocional de manera impecable. Sé que los párrafos anteriores no son muy reveladores. Pero es realmente difícil hablar de los eventos de la película sin robarle a los potenciales espectadores alguna de las sorpresas, que por más mínimas o insignificantes que parezcan en un primer momento son piezas fundamentales de un rompecabezas que se va armando lentamente (y pongo especial énfasis en el ritmo) y aún así no nos ofrece todas las respuestas. Es muy particular que esta película se estrene el mismo año que Ghost in the Shell, una historia que plantea interrogantes similares pero que reemplaza la introspección con balas. En Blade Runner los segmentos de acción son limitados pero crudos, sin coreografías elaboradas ni movimientos con mucha gracia. Ambas producciones representan la antítesis de cómo plantear la misma temática. Habiendo destacado el magnífico trabajo de guión que conecta la historia de K con la película original y convierte ambas producciones en un único producto que se retroalimenta, les recomiendo que vean Blade Runner antes de ir al cine, para poder apreciar los pequeños detalles de la dirección, la escenografía y la continuidad a la que me refería más arriba. Igual de importante es ver los tres cortos lanzados antes del estreno: “Blade Runner Black Out 2022”, dirigido por Shinichiro Watanabe y al que más se hace referencia en la película; y “2036: Nexus Dawn” y “2048: Nowhere to run”, ambos dirigidos por Luke Scott, que ofrecen un pequeño vistazo a las vidas de Niander Wallace y Sapper Morton (Dave Batista). Todos se encuentran subtitulados en YouTube. Blade Runner 2049 es una película hermosa en lo visual y profunda en contenido. Si vieron Blade Runner y les gustó, me animo a decir que no hay chance que no disfruten esta superior secuela. Pero vayan preparados para un tipo de cine poco comercial, que se toma su tiempo para desatar los nudos existencialistas que propone. Pero es tiempo bien invertido porque al fin y al cabo parte de lo que nos hace humanos es la capacidad de apreciar obras de arte como esta.
DESPERTARES El drama adolescente se pone sobrenatural en este Día de la Marmota versión 2017. Si no despierto (“Before I fall”) es la última película basada en un best seller joven adulto (de Lauren Oliver) que inspirada en problemáticas reales intenta, con un ingrediente sobrenatural, contar una historia emotiva y genuina. Y sorprendentemente lo logra. La película abre con la impoluta Sam Kingston (Zoey Deutch) despertándose impecable media hora después de las seis de la mañana del 12 de febrero, el “Día de Cupido”, como han bautizado en la secundaria de la exclusiva región del Noroeste norteamericano, donde las mansiones, las zonas boscosas y las montañas construyen escenarios de ensueño. Sam y sus tres mejores amigas Lindsay (Halston Sage), Ally (Cynthy Wu) y Elody (Medalion Rahimi) son un grupo de populares malcriadas mala onda que parecen salidas de "Mean Girls" (2004). Amorosas entre ellas, el mote de “perras” les corresponde en el buen sentido (que usan ellas) y el malo (que usan todos los demás). Y aunque cualquiera del resto de sus pares mataría por un día en sus zapatos, el primer acto de la película es duro de tragar por el rechazo que genera el cuarteto. En el “Día de Cupido” los alumnos se envían rosas con mensajes que se reparten durante las clases, creando un verdadero concurso de popularidad y alienando a parte del alumnado. Como una compañera gay (Liv Hewson) proclama, es un “infierno heteronormativo” – que además les permite a las chicas obtener nuevo material para hostigar a Juliet (Elena Kampouris), un claro estereotipo de “la loca de la escuela”. Pero todo cambia para Sam cuando después de una fiesta ella y sus amigas se ven involucradas en un accidente automovilístico que supuestamente termina con sus vidas. Y digo supuestamente porque, aprovechando el ambiente lúgubre y digno de The Twilight Zone que la ruta que cruza un brumoso bosque otorga, Sam se despierta en su cama, a las 6:30 del 12 de febrero. Y que comience la repetición. Como si de un “Groundhog Day” (1993) para adolescentes se tratase, Sam revivirá el día una y otra vez, cambiando las variables (cambiando incluso ella misma) hasta encontrar la razón por la que este fenómeno está sucediendo y cómo salir del loop. Por supuesto, como se imaginarán, antes de ser popular Sam era una chica cariñosa, atenta y amable con todos. Y lentamente empieza a comprender que en realidad lo que cambió fue su forma de ver el mundo que la rodea, donde encontrará la clave para todo. ¿Cliché? Por supuesto. Sin embargo entre la guionista Maria Meggenti y la directora Ry Russo-Young construyen un melodrama oscuro pero sensible. Una paleta de colores fría de tonos azules aleja a la película de la estética “Disney” que podría haber tenido mientras explora temáticas como la hermandad, el bullying y el suicidio sin abandonar el romance y los momentos melosos con la familia y amigos. Incluso esos personajes tan despreciables del comienzo empiezan a mostrar elementos reales, a desarrollar sus propias realidades y dejar en claro que todo ese odio proyectado es un espejo de sus propias inseguridades y temores. Gran parte del crédito se lo lleva el excelente trabajo de Deutch, construyendo una Sam que aunque por momentos parece una muñeca de porcelana consigue que nos interesemos por la historia y el resto de los personajes, como Kent (Logan Miller), el amigo de la infancia devenido en admirador secreto. Todo el elenco hace un buen trabajo con los personajes, que pasan de unidimensionales estereotipos a personas de carne y hueso con vulnerabilidades e intereses creíbles. Hasta los dos adultos con más de una línea de diálogo tienen algo para ofrecer: la eterna Jennifer Beals como la madre de Sam y un profesor que casualmente está enseñando a su clase acerca del mito de Sísifo (quien debía empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada una y otra vez). Quizá le falte un poco de lógica y explicación al fenómeno que está viviendo Sam, que se desarrolla y se resuelve sin demasiado cuestionamiento. Pero es un detalle que solo a algunos molestará. Si no despierto es una película de manual, pero agrega elementos propios y buenas actuaciones adolescentes (algo que no abunda) para construir un relato que va de menor a mayor y deja un mensaje que vale la pena escuchar respecto de la búsqueda de nuestro lugar en el mundo y cuáles son las consecuencias de nuestros actos, por más insignificantes que parezcan. Vale para una noche de sábado.
LA FURIA Dominic Toretto está de vuelta, pero esta vez del otro lado de la ley. Más allá de las sensaciones que genere, hay que respetar la franquicia Rápido y Furioso, que debutó en 2001 como una oda a la cultura tuerca y pareció muerta apenas un par de años después, mediocre secuela y extraño (y subestimado) spin-off mediante. Justin Lin y Chris Morgan, director y guionista de The Fast and the Furious: Tokyo Drift (2006), entendieron rápidamente que el fuerte de la serie no estaba en los autos, sino en los personajes, por lo que Fast and Furious (2009) reunió al grupo original y comenzó a tratar la serie como un universo expansivo que no renegaba de sus orígenes pero que empezaba a buscar nuevos rumbos. Es en esa forma de plantear la serie donde radica su fortaleza. Como si del universo cinematográfico de Marvel se tratase, cada película incorpora nuevos personajes, ya sea como parte del grupo de antihéroes o como un villano, y le ofrece espacio para crecer y mostrar motivaciones genuinas, a través de los eventos de esa película en cuestión o conectándolos con alguna de las anteriores con coherencia, de forma orgánica. Y como vemos en esta entrega, esa progresión aplica a la manera en la que la serie ha pasado de girar alrededor de carreras ilegales a poner a Dom y compañía a evitar la Tercera Guerra Mundial. Así llegamos entonces a Rápidos y Furiosos 8 ("The Fate of the Furious"), que comienza inmediatamente después de los eventos de la séptima película, con Dom y Letty (Vin Diesel y Michelle Rodriguez) disfrutando de una merecida luna de miel en Cuba, empezando a fantasear con una familia propia. Por supuesto esto sucede después de una carrera a toda velocidad por las calles de la colorida La Habana, en la que el director Gary Gray y Morgan dejan en claro que esta película no se va a guardar nada y Dom y compañía ya están más cerca de James Bond que de los corredores ilegales que aprendimos a querer. La responsable de arruinar el descanso de la pareja es Cipher (Charlize Theron), una misteriosa hacker que tiene en su poder algo tan importante para Toretto que lo lleva a traicionar lo más importante que tiene, su familia. Si en el párrafo anterior decíamos que esta película estaba más cerca de una de espías, es Cipher el elemento que confirma esa teoría. Theron, alejada de la heroína de acción que vimos en Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015) y veremos en Atomic Blonde (David Leitch, 2017), interpreta a una verdadera villana Bond: tan amenazante como paciente y tan cruel como letal. En absoluto control en todo momento sin ensuciarse las manos. Es entonces que el oscuro agente del Gobierno Mr. Nobody (Kurt Russell) recluta al equipo de Dom, a Hobbs (Dwayne Johnson) y al villano de la anterior película, Deckard Shaw (Jason Staham) para atraparlo, y a Cipher. Rápidos y Furiosos 8 intenta contar una historia más humana y lo logra, hasta donde la profundidad emocional que un grupo de gente bella escapando a 200 kilómetros por hora de un submarino puede ofrecer. Busca explorar es el concepto de que lo importante es la familia y todo lo que haríamos para protegerlos – aunque eso sea robarse un par de bombas nucleares. La traición es apenas la premisa para una serie de persecuciones que van desde Nueva York hasta Rusia y que involucran desde varios cientos de autos controlados de forma remota hasta un submarino nuclear. Aún para los estándares de la franquicia, Rápidos y Furiosos 8 es exagerada, convirtiendo a sus personajes en verdaderos superhéroes y desafiando las leyes de la física a diestra y siniestra. Por supuesto, en el calor de la acción poco importa, pero cuando el humo se disipa uno se queda pensando si Dwayne Johnson realmente soportaría sin inmutarse una decena de disparos a quemarropa con balas de gomas. Por supuesto la franquicia va renovando el plantel, sumando y perdiendo miembros del grupo, y por cada buena interacción entre Shaw y Hobbs (que pican alto en el machómetro), tenemos las insoportables intervenciones de Roman (Tyrese Gibson) y Little Nobody (el protegido de Mr. Nobody interpretado por Scott Eastwood) que son insufribles. Ramsey (Nathalie Emmanuel) es una buena incorporación y Tej (Ludacris) siempre garpa, pero se extraña a Han (Sung Kang) y Gisele (Gal Gadot) y será interesante ver quién reemplaza a Brian (el fallecido Paul Walker) como el compañero de Dom, ahora que sabemos que muy probablemente Dwayne Johnson no diga presente en la próxima película – parece que toda la pelea entre las dos estrellas no fue solo una movida publicitaria, y de hecho en el tour de prensa de la película nunca se cruzaron. Párrafo aparte para Helen Mirren, que hace una aparición fugaz (de la que no voy a hablar porque contaría demasiado) pero, como esperábamos, se roba las escenas en las que participa. El director Gary Gray hace un buen trabajo detrás de cámara, manejando bien la acción, que aún en el medio del desenfreno es comprensible. Sin embargo, en una sección en particular abusa de las escenas en cámara lenta durante momentos innecesarios. Raro. El trabajo de fotografía también es muy bueno, aunque se note a la legua que las escenas de Nueva York fueron filmadas en Atlanta. El guión, por su parte, podría haber prescindido de tantos gritos en medio de la persecución e intervenciones de ciertos personajes que solo extienden ciertas escenas sin sumar absolutamente nada. Pero supongo que eso es tanto parte de la franquicia como los autos veloces. Hablar de entretenimiento en una película de Rápido y Furioso es casi redundante. Acción no falta en la serie desde la quinta entrega (sin dudas la mejor de todas), que fue la que comenzó a redefinir el estilo y el tono. La pregunta que cada uno se tendrá que hacer es si es el tipo de acción que le interesa o no. Rápidos y Furiosos 8 continúa con la línea definida por sus predecesoras y pero sube la apuesta a niveles que por momentos rozan la parodia. Si van al cine con un gran amor por el realismo, se van a indignar bastante. Quien se expone a una película de la franquicia sabe lo que va a ver: cuerpos trabajados, oneliners, autos rápidos y secuencias impresionantes. En su octava parte, la serie empieza a mostrar signos de desgaste aún cuando como Fast Five (2011), intente redefinirse y buscar un nuevo rumbo. Habrá que ver qué nos espera en la novena y si la lenta pérdida de estrellas afecta lo que, como dijimos, es una serie que depende mucho de sus personajes.
PANZA LLENA La historia del hombre que construyó un imperio con ladrillos de hamburguesas. Es particularmente irritante sentarse a ver Hambre de poder (“The Founder”) en el clima político y económico que nos toca vivir. Mientras que en los Estados Unidos la nación corporativa de Trump avanza en todos los frentes, en nuestro país tenemos que sufrir otro gobierno de CEOs coreado además por un grupo de fieles que hacen flamear la bandera de la tan infame “meritocracia” – que busca convencernos de que cada uno cosecha el fruto de su trabajo y que el pobre o poco exitoso lo es porque no se esforzó lo suficiente dentro de la voraz estructura del sistema capitalista. Hay algo de esa falsa meritocracia (que se desentiende de un sinfín de indicadores económicos y sociales) en la última película de John Lee Hancock (“Saving Mr. Banks”) cuyo gran mantra es “nada es más común que hombres sin éxito pero con talento”, la frase del ex-presidente de los Estados Unidos Calvin Coolidge que Ray Kroc (Michael Keaton) se repite a sí mismo una y otra vez. Coolidge asegura también que “nada en el mundo puede ocupar el lugar de la persistencia”. Ni el talento. Ni una idea. Ni siquiera la educación. Lo único necesario para triunfar y ser exitoso es seguir intentando. E intentando. E intentando. Persevera y triunfarás como respuesta a todo. Y si existe alguien perseverante es el protagonista de la historia, un vendedor de batidoras de malteadas que es, cuando lo conocemos, pura labia y pocas ventas. Su discurso, que gira alrededor del concepto de que la oferta genera demanda a partir de la estimulación del mercado es sagaz, picante y prometedor, pero no parece convencer a los desinteresados dueños de restaurantes. La frustración, sin embargo, se convierte en curiosidad cuando en medio de la sequía de negocio recibe una llamativa orden desde California. Casi instintivamente, Ray se embarca en un viaje a través del país para ver con sus propios ojos este pequeño local que está salvando su empresa. Por supuesto, al llegar al lugar de los hechos se encuentra con el McDonald's original, fundado por los hermanos Richard y Maurice McDonald (Nick Offerman y John Carroll Lynch) y queda maravillado de inmediato. Cosas que damos por sentado hoy son, a comienzos de la década del cincuenta, revolucionarias: los hermanos han desarrollado un sistema propio que les permite entregar los pedidos de inmediato (“¿Por qué esperar 30 minutos cuando podés tenerlo en 30 segundos?” explica Maurice), tienen un menú reducido que se consume directo de la bolsa en la que se entrega (reduciendo el costo fijo), y ofrecen un espacio ideal para toda la familia (que a diferencia de los desagradables adolescentes, no pasan horas haciendo quilombo sin consumir nada). Los hermanos McDonald son la representación misma de lo que alguien alguna vez definió como “el sueño americano”. Richard es el cerebro de la operación, un perfeccionista desconfiado e introvertido sin demasiado tacto para las relaciones públicas, y Maurice es el corazón y la cara visible de la empresa. Bonachones y confiados, los hermanos invitan a Ray a conocer el funcionamiento del local (una cadena de montaje aceitada hasta el último eslabón) y le revelan no solo su historia, sino los detalles y secreto de su éxito – moderado pero suficiente según su propia visión del mundo. Los McDonald son el talento. Los McDonald son la idea. Ray es la perseverancia. Luego de convencerlos de convertir el restaurant en una franquicia, Kroc tarda muy poco en mostrar su verdadera cara y la película muta a una historia de ambición, avaricia y deslealtad empresarial que por momentos es dura pero a la vez atrapante. Como una película anti-guerra que resulta fascinante por su naturaleza cinematográfica y cuyo mensaje por momentos queda disuelto en medio de la acción, Hambre de poder podría girar alrededor del negocio de la comida rápida o de la industria textil y el atractivo de la historia sería el mismo. Ray Kroc es una sanguijuela. El mejor y peor producto de la maquinaria capitalista, dispuesto a sacrificar valores morales y éticos en la búsqueda del éxito empresarial. Mientras que los hermanos intentan proteger la pureza de su producto, Ray prioriza las ganancias y la expansión que terminaron convirtiendo aquel pequeño restaurant, en el que cada detalle estaba controlado, en un imperio de comida tan rápida como industrializada. Como grita Richard en medio de una discusión con su hermano, dejaron entrar “un zorro en el gallinero”. Sin embargo, como suele ser el caso de estos personajes, Ray no se identifica a sí mismo como el villano de la historia, sino simplemente como un idealista. Como alguien que consigue resultados. Y seguramente la película de Hancock (con guión de Robert Siegel) genere una cierta división en los espectadores: algunos lo verán como una figura inspiradora que confirma esta falsa idea de que solo es necesario un espíritu emprendedor para llegar a la cima, mientras que otros se sentirán asqueados por su maquinaciones y personalidad (que enmascara una clara inseguridad en una energía que parece no tener límites). Más de uno culpará a las víctimas de esas maquinaciones, como es tan común en una sociedad bastante enfermiza, por ser demasiado inocentes, por dejarlo entrar, por confiar. Por la temática y el tono, se ha comparado mucho a Hambre de poder con Red Social (“The Social Network”). Pero por desgracia, John Lee Hancock no es David Fincher y Robert Siegel no es Aaron Sorkin. El director pasa de construir planos chatos y faltos de dinámica a sentirse inseguro de sus propias decisiones y hacer cinco cortes en una toma de Ray mirando un mapa. El guionista, por su parte, pasea entre un intento de imparcialidad y la subjetividad extrema que subraya oprimidos y opresores en cada escena, sean esposas, colegas o el mismo Ray – y para colmo el guión hace un descarado intento de redención del personaje con un guiño que queda atrapado entre un monólogo espantoso y un epílogo aún más desesperanzador. Michael Keaton como el inescrupuloso empresario está realmente impecable y confirma el excelente momento profesional que le toca vivir. El actor consigue combinar el nerviosismo, la charlatanería y la energía de Kroc con momentos de introspección acompañados de un sutil sentimiento de duda, producto de su clara inseguridad. Todo gira alrededor del "fundador", por supuesto, por lo que el resto del elenco se siente por momentos apenas incidental, pero aún así Offerman y Lynch tienen una excelente química como los hermanos McDonald, y las simpre confiables Laura Dern como Linda Cardellini (aunque poco aprovechadas) desarrollan al protagonista y casi que crean su propio paralelismo de la historia principal a través de sus personalidades. Hambre de poder es una buena película, atrapante y disfrutable aunque cada tanto genere un disgusto genuino, ya que es imposible no empatizar con los hermanos McDonald y rechazar las sádicas prácticas del protagonista. Sin embargo, habrá espectadores que construyan su propia narrativa y le den a este caníbal empresarial el mote de emprendedor y justifiquen el título local. El guión por momentos se enrosca en cuestiones legales sin salir del todo bien parado y la dirección es apenas correcta, pero el buen elenco y la interesante premisa le alcanzan para mantener el ritmo y la calidad.