EL VENGADOR ANÓNIMO ES MÁS PROGRE
Durante la década anterior no había película de terror, no importa cuál fuera el argumento, que no incluyera torture porn: esa variante del gore que focaliza sus esfuerzos en mostrar violencia extrema, exagerada pero con la suficiente verosimilitud como para sentir repugnancia y empatía por el dolor de los personajes. Películas como Hostel, incluso la recomendable El despertar del diablo (remake del film de Wes Craven The hills have eyes), pasando por las francesas Martyrs, Frontière(s) o A l’intérieur eran exponentes de una de esas modas que suelen capturar al cine de género, como el slasher en los 80 o el thriller erótico en los 90. El juego del miedo fue la saga que explotó el recurso al máximo, y también la que, con una velocidad y voracidad admirable, lo agotó (desde 2004 hasta 2010 hubo una entrega de El juego del miedo por año).
Si dejamos de lado la primera dirigida por James Wan (hoy un referente del cine de terror), básicamente porque fue la más lograda en cuanto a la atmósfera y la tensión, y también la única en la que no se conoce la identidad del asesino (el famoso Jigsaw), todas las películas de la saga tienen el mismo esquema: un largo montaje paralelo en el cual se muestran varios juegos mortales ridículos y violentos, los cuales las víctimas de Jigsaw, o de alguno de sus continuadores, deberían superar si es que quieren salvarse (generalmente no lo logran y mueren de formas espantosas); por otro lado siempre se cuenta una trama de policías corruptos inoperantes que intentan resolver el caso, y ocultar pruebas comprometedoras. Al final, por si el público no entiende algo, siempre hay un montaje que explica y ata todos los cabos sueltos. Nunca entenderemos por qué a Jigsaw: el juego continúa no le pusieron El juego del miedo 8, ya que comparte el molde con todas las anteriores.
La película de los hermanos Spiering arranca con una secuencia de acción relativamente lograda: un tipo se escapa a toda velocidad de la policía y cuando queda acorralado pide hablar con un tal detective Haloran, amenazando con que de lo contrario cinco personas morirán; la situación se pone tensa, el muchacho aprieta el gatillo de un detonador remoto y en algún lugar arranca el mecanismo de uno de los juegos típicos de la saga. Y eso fue lo mejor del film, porque a partir de allí nos vemos atrapados por los mismos problemas que siempre ha tenido El juego del miedo, aunque esta entrega inaugura otros.
Estamos ante uno de los peores guiones de toda la saga, tan inconsistente que nos saca de la película cada cinco minutos para preguntarnos si es posible que existan escritores tan perezosos. Se explican obviedades y se dejan huecos insostenibles, por ejemplo nunca sabemos cómo hace Jigsaw para conseguir la información detallada que maneja de sus víctimas. A veces la víctima justo vivía al lado de su casa con lo cual sabía todo lo necesario, otras veces es alguien que le hizo algo a un primo (literal), y siempre es una estupidez.
Porque por si alguien no estaba al tanto, Jigsaw está vivo en la obra de sus seguidores y es el asesino más estúpidamente moralista de la historia, ya que mata a gente que supuestamente no respeta el milagro de la vida. Con lo cual, ya que estamos, se nos deja entrever la peligrosa idea de que sus víctimas son tan mala gente que merece morir. Y lo cierto es que, salvo en la primera -volvemos a repetir-, las películas de El juego del miedo no se corren lo suficiente del punto de vista de Jigsaw y si me apuran, diría que lo justifican.
En resumen, el problema de Jigsaw: el juego continua es que no comprende el cambio de época, se ve vieja porque es incapaz de reflexionar sobre sí misma y de reírse un poco de tanta ridiculez; y sin humor sólo queda la ridiculez, el fascismo berreta, y una colección olvidable y mal hecha de personajes horribles.